Buenos Días/Tardes/Noches, estimados lectores. Esta semana les traigo la primera de las entregas sobre la Historia en la que se basan los personajes de la comunidad Steampunk Panameña, de la mano y mente de uno de nuestros ilustres escritores, Mauro Avila.
Dan Chi Long y Las Gemas De La Eternidad
Por Mauro Avila
Los puertos de Hong Kong parecían bullir
de ratas esa noche. Coyote Vega estuvo a punto de desenfundar su estrambótica
arma por quinta vez en lo que llevaba en ese muelle. Era el muelle más feo, solitario y oscuro de
todo el puerto de la isla. No había bebido nada esa noche y ya se estaba
arrepintiendo de no haberlo hecho, saltar alerta por ratas correteando por los
tablones del muelle no era exactamente la actitud de un sujeto como él. Se
acomodó su descomunal sombrero de ala ancha, se alisó su grueso y espeso bigote
y verificó el morral que traía a la espalda. Pensó en los dólares fáciles y
rápidos que se iba a ganar por entregar ese raro cilindro de metal al primer
barco que atracase en ese muelle en esa noche. Ser de mensajero no era su
estilo, después de todo ya hacían muchos años que Coyote Vega había dejado su
Sonora natal sólo acompañado de la medallita de la virgen María que le dejó su
difunta madre y su látigo hecho con cuero de serpiente marina, según él mismo y
su milagrosa y casi divina puntería con casi lo que fuera que pudiera escupir
balas.
Sus aventuras lo habían llevado por la
mitad del mundo. El charro había visto cosas que otra gente sólo podía vislumbrar
en sus sueños o en sus pesadillas. Vega comprobó su cartuchera y su imponente
revólver de doble barril con recarga de fuerza de resorte. Era un arma de fuego
que podía disparar rondas enteras a una velocidad increíble. La había heredado
de un misterioso ingeniero armero que vivía en los desiertos de Nevada y a
quien el charro había salvado de una
partida de indios quienes no lucían con muy buenas intenciones con el pobre
anciano aquel.
Ese revólver se convirtió en el
acompañante eterno de Coyote y en más de diez ocasiones le había salvado la
vida. El cilindro seguía en su lugar dentro de su morral, la pistola en su
cartuchera, las ratas corriendo por doquier, el cielo sin luna y el aire lleno
de esa niebla que no refrescaba el calor, pero, si crispaba los nervios.
Coyote ya quería cobrar su pago de
mandadero para montarse en el primer barco que lo sacara de Hong Kong. No es
que el lugar fuera feo. Sin embargo, ya Coyote estaba cansado de él. Había oído que en Bengala había buenas
oportunidades para un tipo con agallas y poca prudencia.
—Con la próxima paga que me den tengo
que comprarme un reloj—pensó Vega mientras sonaba el tacón de su bota sobre los
tablones del viejo muelle.
Decidió que dada la oscuridad y la
niebla, ningún piloto de barco en su sano juicio andaría por ese puerto esa
noche. Vega iba a dar el primer paso de regreso fuera del muelle cuando en el
agua vio algo que tocó su inoportuna curiosidad. Junto al muelle en el agua se
dibujó una sombra, daba la impresión de ser un animal marino. Coyote ya había
visto cosas así. Estuvo en un barco ballenero hace unos años, pero él sabía que
las ballenas no andan por los puertos. Mas los leviatanes, esos engendros de
Satanás eran otra cosa muy distinta. Se le encogieron las tripas al recordar su
visita a Nueva Zelanda. En un puerto por allá una de esas bestias del infierno,
un calamar del tamaño de una casa grande se le ocurrió campear por los muelles.
En esa ocasión tres hijos del señor fueron a dar a la panza del monstruo frente
a sus narices. Esa era una de las historias de cantina que la gente menos le
creía a Coyote, de todos modos él no la contaba mucho por razones obvias.
Estaba a punto de dar la carrera de su
vida. Él recordaba lo letal de los tentáculos con ventosas de los leviatanes
cuando algo le pegó sus botas al suelo, y si su quijada no hubiera estado
pegada a su cabeza, ella también habría quedado fija a las tablas del muelle.
La sombra subacuática se hizo enorme,
casi del tamaño de un barco ballenero. De ella emanaban puntos de luz. Frente a
los ojos casi desorbitados del bigotudo aventurero la sombra emergió
rápidamente de las sucias y oscuras aguas del muelle. Un enorme tubo de lo que
parecía ser metal emergió. Coyote escuchó el típico retumbar de los cascos
modernos de puro acero. El falso leviatán tenía hélices en lo que debía ser su
parte posterior. Al medio la nave había una torreta que sobresalía y los puntos
de luz se descubrieron como fanales. La breve iluminación dejaba ver los
remaches en las láminas de metal del casco. Definitivamente la teoría del
leviatán podía ser descartada. Esa y otras teorías igualmente terribles, pero,
más alejadas de lo factible.
Tres cosas aún mantenían a Coyote Vega
en el mismo lugar sobre ese muelle: su curiosidad, más maligna que benigna, un
susto paralizante que amenazaba con hacerle evacuar el intestino y el caer en
cuenta que a pesar de la inusual entrada, de haber llegado debajo del agua en
lugar de sobre ella, lo que él tenía en frente era un barco y su encargo era
entregar su encomienda al primer barco que atracase esa noche en ese muelle. A
pesar de su tremendo tamaño, la nave maniobró con increíble suavidad y atracó
en el muelle a pocos metros de un Coyote Vega que esperaba lucir menos tonto y
asustado de lo que en realidad estaba.
Luego de algunos pocos minutos de
silencio, el Charro pudo oír voces hablando en chino. No podía ver bien pero
distinguía que las voces venían de la torreta. Una luz se encendió, esa luz era
más potente que las del extraño navío. La luz cegó por momentos a Coyote, pero,
en lo que sus ojos pudieron acostumbrarse el aguerrido pistolero de Sonora pudo
distinguir tres figuras que se movían en el tope de la torreta.
Qué razón tenía el sabio padre Esteban,
párroco de la iglesia donde Coyote hizo de monaguillo cuando era un chamaco
mocoso e idiota.
—“A que todos los chinos son
igualitos”—pensó.
Y sí, en lo que él pudo ver en su
estadía en ese confín del mundo si los veías a la distancia adecuada y
alumbrados con el fanal de un barco que puede salir del agua en lugar de
hundirse. Pues sí, todos los chinos se ven igualitos. Dos de las tres figuras
eran hombres chinos o de por allí cerca, con el cabello recogido en una pequeña
trenza tras la cabeza. Llevaban encima unos extraños rifles. Cada rifle tenía
en la boca del cañón la cabeza de una de esas serpientes que acá les decían
dragones. Los sujetos vestían esos trajecitos negros que suelen usar
tradicionalmente, al estilo de un pijama de dormir.
Coyote había visto a unos muchachos chinos que hacían algo parecido al box de los gringos. Algo del camino del
dragón le habían dicho; chorradas pensó Coyote, como si alguien necesitase
aprender a darse de trompadas.
La tercera figura sí podía ser
resaltada, reseñada, registrada, admirada; sacada de China, puesta en un altar
y ser venerada con una procesión todos los domingos. Vega había podido ver
ejemplos de la renombrada belleza exótica de las mujeres del oriente y tenía la
poca modestia de admitir haber retozado con algunas de ellas, pero, lo que él
tenía a su vista dejaba muy por detrás a cualquier mujer que él haya podido ver
en ese fin de mundo.
Al igual que sus compañeros masculinos,
la mujer vestía totalmente de negro. Su atuendo consistía en un vestido de
corte chino ajustado al cuerpo que dejaba los brazos descubiertos. Con un cuello
alto, al medio el vestido tenía cierres que eran delgadas cadenillas color oro.
La mujer lucía una sedosa cabellera lisa y negra como si estuviera hecha de la
mismísima noche. El rostro estaba compuesto por las más finas facciones de
mujer asiática que Coyote haya podido apreciar jamás.
En su cara y brazos desnudos Coyote vio una
suavidad de porcelana. El charro sólo podía especular hasta donde llegaría esa
tersura divina. La mujer fijó sus ojos sobre Coyote, pero esos no eran ojos;
eran gemas iridiscentes que parecían refulgir con el más raro y exótico color
violeta.
—Pedro Pablo Vega García…Coyote
Vega—dijo la mujer.
La tripa de Coyote dio un saltito al
escuchar su nombre completo y su nombre de batalla pronunciados por una voz
llena de melodía, de esas voces que uno quisiera oír decirte buenos días por
las mañanas pero, luego de pasear un rato por las nubes siempre es bueno poner
las botas en el suelo, o al menos regresar a los tablones de ese feo muelle y
no olvidar el porqué de la estancia allí.
—Sí, soy yo—contestó el charro en su
inglés cargado de acento sonaerense—, y creo que tengo algo para usted.
Después de todo, Hong Kong era una
colonia de los británicos y sería demasiado pedir que estos chinos hablasen el
español cristiano de su terruño. Uno de los dos acompañantes de la beldad
asiática desplegó una escalerilla de cuerda desde la torreta de la nave.
—Acompáñenos, Sr. Vega
Coyote Vega sabía que para prudencias
mejor se hubiera quedado en su pueblo arreando vacas, tomando ron o tequila y
si una mujer así de hermosa lo invitaba a subir a una nave que acababa de salir
del mar junto con dos hombres armados, pues sólo había una respuesta posible.
—Con gusto señorita… En un momentito
estoy con usted allá arriba.
Coyote Vega subió por la escalerilla de
cuerda tendida por los dos hombres chinos. En momentos el charro temió tropezar
y hacer el ridículo ante la belleza de ojos púrpuras que le esperaba en la
torreta del barco sumergible. El acenso fue rápido, Coyote tenía prisa por
estar al lado de la chica y una vez arriba de la torreta ella le ganó la
iniciativa.
—Si es tan amable Señor Vega en dejarme
ver el paquete—dijo la mujer con gentileza.
Coyote seguía embelesado con el trinar
de la voz de la mujer asiática. El curtido aventurero no sabía si hacer un
lance al más puro estilo charro y dejarle claro a la bella chica que ella
gozaba de todas sus atenciones e intensiones.
Aunque sentía en el tuétano que esa táctica mejor se la guardaba para
otro día y otra ocasión.
—Claro, mi bella señorita. ¿Es usted
quien debe recibir este encargo?
—Yo no. Mi amo es quien lo
espera—afirmó—. También espera verlo a usted personalmente, Señor Vega.
Coyote se volvió a alizar el espeso
mostacho mexicano. Vaya que quien se
tomase la molestia de estudiarlo con cuidado se daría cuenta que ese era el
signo más claro de que el charro estaba nervioso.
—Como usted o su amo gusten, señorita.
Solamente, y me deberá perdonar mi falta de modales, no olvidemos el asunto de
los honorarios.
Vega a lo que decía esto, se sacaba el
morral de la espalda y le entregaba el misterioso cilindro de metal que él
había resguardado esa noche. La extrañeza de Coyote pasó a ser una sorpresa
escalofriante al ver como de los dedales de la mano derecha de la mujer salían
uñas, más que uñas; garras metálicas del mismo tono dorado que los dedales.
Con una aterradora precisión y
delicadeza, la mujer de los ojos violetas abrió el cilindro de metal con un
perfecto corte redondo en uno de sus extremos haciendo uso de sus artilugios
metálicos. Una vez terminada su tarea, las garras se retrajeron con un suave
sonido metálico.
—Perdone usted mi descortesía, señor
Vega… Mi nombre es Fei Tzung.
Vega entre tremores de su voz balbuceó
un "encantado" y pensó que mejor se guardaba el apretón de manos en
el mismo rincón donde se guardó las ganas de lanzársele a la delicada belleza
del oriente.
—Por favor, venga con nosotros. Mi amo
desea verle.
Ahora con más dudas que certezas, Vega
meditó que ya había subido a la torreta y que ese sentido sonaerense del
peligro le advertía que mejor no le hacía un desprecio al amo de Fei... No podía recordar como seguía el nombre de la
chica.
—Por favor tenga cuidado, la escalera
para bajar puede ser un poco incómoda y resbalosa.
Con ese aviso Fei Tzung comenzó a bajar hacia
dentro de la embarcación. Una vez abajo, el cuarteto se adentró en las entrañas
del barco sumergible. Con la mujer asiática a la cabeza, seguida por Vega y los
dos sujetos chinos con los rifles cerrando el grupo, Coyote no pudo evitar
sentirse atrapado en un balde.
—"Ni más ni menos un ratón
encerrado en un balde con una gatita de uñas muy filosas y peligrosas. ¡Ah! ¡Cuánta
razón tenía el padre Esteban!" "La valentía sin sesos son recetas
para llegar al cementerio. Un día tu imprudencia te va a meter en grandes
líos."—le repetía a menudo el viejo sacerdote a Coyote cuando este era un
niño mocoso allá en su Sonora natal.
La bestia sumergible a pesar de lucir
enorme por fuera era claustrofóbicamente estrecha por dentro. El pasillo por
donde Fei Tzung, Coyote y los dos hombres avanzaban era a penas suficientemente
ancho para que fueran de uno en fondo. Si Coyote hubiera sido un poquito más
alto habría tenido que caminar con la cabeza baja.
Las tenues luces del túnel dejaban que
Coyote pudiera apreciar a detalle el delicado caminar de la chica asiática. Se
deleitaba con su contoneo, a pesar de que tenia muy presente la incómoda sorpresa
que guardaba cada uno de sus dedos. Vega estaba embelesado con la cadencia del
andar de ella y su cabello largo que llegaba donde nacían sus piernas, tan
negro como delicada zeda para luto. Sí, luto. Por alguna razón el aventurero
tenía una sensación como de invocar al luto con cada paso que daba detrás de
esta escalofriante belleza oriental.
El pasillo era un amasijo de tuberías,
manómetros y perillas de válvulas. Coyote podía escuchar el típico zumbido de
los conductos de agua muy caliente, las venas y la sangre de todas estas
bestias que comían carbón y funcionaban con vapor. En lo que llegaron al final
del pasillo, el aroma de algo que parecía incienso llenó el aire y Coyote Vega
en serio quedó sorprendido si cabían más sorpresas en esa extraña noche.
El estrecho pasillo por donde él, Fei
Tzung y los dos sujetos de los rifles habían entrado no hacía justicia al lugar
donde llegaron. Se trataba de un gran y tremendamente lujoso salón, bellos
fanales alumbraban el lugar, la luz teñida de ámbar daba un ambiente cálido y
Vega no pudo evitar pensar que a parte de cálido el ambiente era misterioso,
intimidante en realidad.
—Bienvenido, señor Vega.
La voz llena de acento chino y tono de
mando llevó la atención de Coyote a una gran mesa, en cuyo centro se levantaba
una silla de respaldar alto. En el tope del trono había labrado de forma magistral
la figura de un dragón serpenteante, rodeado de nubes de lo que parecía ser
humo o vapor. La silla hacía lucir a su ocupante mucho más imponente de lo que
en realidad debía ser. Cómodamente
sentado en ese trono estaba un hombre ataviado con una elegante túnica de zeda
roja, un curioso gorro el cual terminaba en una punta esférica que lucía como
una delicada perla negra.
El hombre tenía ambas manos juntas
formando un puente. Una de esas manos era un guante metálico. En el dorso
sobresalía un exótico mecanismo de engranajes y resortes diminutos. Con cada
movimiento de los férreos dedos, el mecanismo traqueteaba levemente como un
reloj de manufactura muy fina.
El misterioso hombre remarcaba su
misteriosa imagen con una máscara que mostraba un inexpresivo rostro de color
verde pulido. Coyote había visto cosas como esa antes. Los muertos potentados y
nobles de la antigua cultura de este fin de mundo se iban a la tumba con
máscaras como esas, increíblemente valiosas piezas labradas en jade. Por las
selvas de Guatemala Coyote había visto hermosas joyas de jade en la tumba de un
antiguo rey indígena. Pero él sabía que esa máscara era una pieza que sola
podía costar dos o tres baúles llenos de dólares.
—Gracias por traerme esta encomienda,
señor Vega—agregó el misterioso hombre—. Espero que pueda aceptar mi
hospitalidad aún que sea por unos instantes.
Coyote sabía que en la vida no se daba
nada por nada y sentía que posiblemente esa hospitalidad podía costarle cara.
—Bueno señor, yo nada más soy un
aventurero y hoy acepté un trabajo como mandadero. Le agradezco mucho su
detalle, pero creo que su barco no tiene muchas intenciones de estar mucho
tiempo en este muelle.
La risa del hombre enmascarado fue
sonora y señalando a Coyote con la mano de metal le dijo:
—Los hombres perspicaces son siempre
buena compañía, señor Vega. Por favor, permítame atender un asunto previo y
luego hablaremos. Mientras tome asiento.
Vega decidió no hacerse de rogar, creyó
que era mala idea dada la situación, se descubrió la cabeza y buscó una silla
al extremo de la lujosa mesa.
—Fei Tzung, acércame lo que el Señor
Vega me ha traído.
La delicada mujer asiática caminó hacia
el hombre enmascarado y le tendió el cilindro de metal con la abertura que ella
misma le había hecho momentos antes con sus irreales garras doradas. El maestro
de Fei tomó el cilindro y de su interior sacó un rollo de papel, una cuartilla
bastante grande. Al desenrollarla, Coyote pudo distinguir algo similar a dibujos
de piezas de maquinaria. Junto con el rollo había un sobre, una carta cuya envoltura
el hombre abrió con la afilada uña de su mano mecánica. Luego de repasar con la
mirada la misiva el misterioso hombre de la máscara de jade soltó otra risa. Dobló
delicadamente la carta y se dirigió a su bella servidora.
— ¿Todo en orden Fei Tzung?
—Sí maestro Dan Chi Long—respondió la
mujer con reverencia.
El nombre hizo saltar de la silla a
Coyote. Él ya había oído nombrar a Dan Chi Long. Mucha gente consideraba que se
trataba de un mito, una broma entre forajidos y facinerosos, pero; parecía que
era real y Vega lo tenía a pocos metros.
Dan Chi Long, el cerebro detrás de un
sin fin de actividades delictivas, sólo en China y en el Asia su nombre era
suficiente para hacer temblar a príncipes, señores de la guerra, traficantes de
opio y otra gente poco recomendable, justo la clase de gente con quien Coyote
había estado trabajando desde que llegó a ese continente.
—Fei Tzung, que traigan al señor
Shoemaker y dile a nuestra invitada que nos acompañe.
—Sí, maestro.
La chica de los áureos dedales
desapareció por el pasillo por donde entró con Coyote. Silenciosos minutos
después, por la compuerta regresó ella con una sorpresiva compañía. Una mujer
de cabellos rubios como el sol y ojos pardos como las avellanas. Coyote había
sido educado como un cristiano católico, él sabía sobre ángeles y diablos y
allí presente tenía a un ángel, una creatura en cuya belleza se notaba la mano
de Dios, pero; al mismo tiempo había algo en esa mujer que irradiaba la
picardía del demonio.
—Gusto de verla de nuevo, Madame Hazel.
El hombre enmascarado saludó a la
misteriosa mujer rubia y esta con un gesto insinuante y coqueto de su mano
devolvió el saludo. La nombrada Madame Hazel se movía con la gracia y la sensualidad
de la brisa veraniega. Ella caminó para tomar asiento en la silla justo entre
el enmascarado Dan Chi Long y Coyote Vega. En su camino hasta su silla la mujer
cruzó una mirada con el charro.
Curiosidad y desdén fue lo que Coyote pudo ver reflejadas en la mirada y
la sonrisa que Hayes le regaló al bigotudo aventurero. La belleza ojiparda iba
a abrir la boca cuando el estrépito se oyó desde el estrecho pasillo de acceso
al salón donde estaban todos.
—Los centinelas traen al señor
Shoemaker, maestro Dan Chi—dijo la mujer de ojos purpuras mientras se acercaba
a la mesa y tomaba posición al lado del maestro a la mano contraria donde
estaban situados Madame Hazel y Coyote.
— ¡Bien, bien! ¡Quiero hablar con
Shoemaker y estoy seguro que Madame Hazel comparte mi deseo!—exclamó Dan Chi
Long.
Dos hombres vestidos de negro iguales a
los que custodiaron a Coyote hasta ese salón traían a un hombre desnudo de la
cintura para arriba y con las muñecas encadenadas. Los rubios cabellos del
hombre estaban despeinados, los ojos grises estaban opacos y varios moretones
en su rostro y pecho evidenciaban que en las últimas horas este desdichado no
la había pasado muy bien.
El hombre al entrar al salón lo primero
que hizo fue rebuscar con la mirada y al ver a la mujer rubia quiso zafarse por
la fuerza de sus captores, fuerza que ya no tenía.
— ¡Hazel! ¡Dios! ¿Estás bien? ¿Te han
hecho algo malo? ¡Maldito demente!—gritó mirando al magnate con furia— ¡Dan
Chi! ¡Si te has atrevido a tocar a Hazel te juro que te haré arrepentir por
siempre!
El ánimo del hombre rubio de repente
cobró ímpetu. El marcado acento británico se mezclaba con la ira de su voz y
todo indicaba que estaba a punto de hacer una tontería. Lo que ocurrió después
le trajo a Coyote recuerdos de su difunto abuelo.
—“Nieto, nunca olvides lo que te voy a
decir… Jamás confíes en una mujer bonita. No hay ser más traicionero que una
mujer que se sabe bella y deseada por los hombres”.
Fueron las palabras del abuelo de Coyote
antes de morir, y el viejo sabía de lo que hablaba. El anciano murió en la
ruina, según él por culpa de una mujer; una mujer bella que lo traicionó con su
mejor amigo. El destino de este pobre atolondrado le trajo a Coyote las
palabras del viejo a su mente.
—Es bueno que esté de mejor ánimo, señor
Shoemaker—agregó Dan Chi Long al tiempo que su mano metálica se movía de forma
atemorizante —.Usted y yo tenemos una charla pendiente.
— ¡Yo no tengo nada que hablar contigo
delincuente barato!—exclamó Shoemaker— ¡Te exijo que liberes a la señorita
Hayes! ¡Haz conmigo lo que quieras, pero no la involucres a ella!
Los dos guardias que trajeron a
Shoemaker tuvieron que acortar la cadena que le ataba de las muñecas para
evitar que este se abalanzara sobre la mesa.
—Sólo se lo preguntaré una vez más,
señor Shoemaker. ¿Donde está su querido amigo el conde de New Castle? ¿Cuál es
su escondite actualmente?—preguntó con serenidad el enmascarado en lo que se
arrellanaba en su fastuoso trono.
— ¡Jamás te lo diré! ¡No importa cuantos
esbirros tengas, nunca podrás encontrar a Frank! ¡Eres tonto si…!
—Bélgica, Von Marcus está en Bélgica, en
una villa a las afueras de Bruselas.
Las palabras de Madame Hazel, la mujer
rubia de ojos embrujadores, cortaron el airado discurso de Shoemaker. Posiblemente
una espada de frío acero clavada en su panza le hubiera dejado una expresión
menos amarga en su rostro.
—Ha - Ha Hazel... No no, no entiendo...—dijo
el hombre con notable desconcierto.
La confusa y desencajada expresión del
encadenado era lastimera. El pobre hombre se debatía por negar o aceptar lo
obvio. Este valeroso caballero sin armadura acababa de ser traicionado por su
dama. Coyote no estaba disfrutando de la escena. El aventurero sonaerense no
podía evitar sentir algo de empatía por este desgraciado que había pasado de
héroe a víctima, sin embargo; Vega había aprendido a mantenerse lejos de los
asuntos que no le requerían y a su pesar ya se sentía curioso por saber el
resto de esta pérfida historia.
—Como ha podido ver, señor Shoemaker; su
presencia aquí es sólo para determinar su destino. El conocimiento es la fuente
de mucho poder y yo, Dan Chi Long; sé cómo obtener el conocimiento que
necesito. Tan sólo quería ver si al final iba usted a ser inteligente y
cooperar conmigo, pero, veo que ha preferido seguir jugando al héroe testarudo.
Debo confesar que su lealtad por Von Marcus es admirable, no obstante, ha sido
inútil. Usted así lo ha querido. Fei Tzung, que mis mascotas rindan cuenta del
señor Shoemaker.
La pelinegra asistente de Dan Chi Long
se acercó a unas tallas sobre la pared del salón y luego de presionar algo
sobre ellas en el espacio entre la mesa señorial y el aún atónito Shoemaker se
abrió una trampa. Dos espantosos lagartos enormes aparecieron en el foso bajo
la trampa. Las bestias más horribles que Coyote había visto. Los animales tendrían
al menos dos metros de largo cada uno. Largas y repulsivas lenguas bífidas
salían y entraban de los hocicos de los tremendos lagartos.
Los custodios de Shoemaker lo sujetaron
con fuerza, pero el hombre estaba abatido. Ni los golpes ni el miedo a la muerte
horrible lo estremecieron antes, pero la infame traición de la cual acababa de
ser objeto lo dejó en la absoluta desolación. Una cadena había bajado desde el
techo del salón y un tercer guardia procedió a atar las muñecas de Shoemaker a
dicha cadena.
—Tan sólo quiero saber por qué… Dime
Hazel ¿Que te hizo este criminal funesto
para que hayas cedido a su interrogatorio? ¿Te torturó? ¡Maldito infeliz! ¡Has
debido torturar a Hazel! ¡Te juro que pagarás con tu vida tu maldad!
Por fin Madame Hazel rompió su mutismo y
con una expresión sombría miró fijamente a Shoemaker y gélidamente le aclaró:
—Mi querido Will, nunca fue mi intensión llegar hasta este punto, pero, fuiste
un hueso duro de roer… Desde que te conocí has tenido un severo problema para
buscar bando. Yo por el contrario, nunca he tenido ese problema… Siempre estoy
en el lado ganador.
A lo que Madame Hazel decía esto, volteó
a mirar a un impávido Dan Chi quien ya sólo se limitaba a observar el
espectáculo.
—No puedo negarte que la pasamos bien, pero
te volviste más problema que solución y eso nos ha traído al aquí y ahora. Es
una pena… Si hubieras cooperado la estaríamos pasando mejor de lo que lo
hicimos antes.
Era definitivo. Las lágrimas en los ojos
de William Shoemaker eran las lágrimas de pena y rabia de un hombre quien se
sabía usado y luego tirado. A pesar de saberse engañado puerilmente por los
encantos y las bondades de una mujer bella, Shoemaker quiso enfrentar su
inminente muerte con la dignidad propia de un caballero inglés.
La cadena tiró hacia arriba y Shoemaker
ya casi colgaba del techo. Fei Tzung se acercó al hombre y sacando sus garras
doradas le hizo varios cortes en el torso al encadenado. En el último corte, la
letal belleza asiática besó a Shoemaker en la mejilla. Coyote habría apostado
que la mujer de cabellos negros le susurró algo en el oído al condenado, quizás
una despedida en chino o una última burla para un traicionado a punto de morir.
La sangre brotaba profusa de las heridas
que Fei le hizo a Shoemaker, dándole una apariencia aún más dantesca a toda la
escena. A pesar de la frialdad con la que había tratado al finado caballero,
Madame Hazel mostró su aversión al último punto del acto.
— ¿Era eso necesario Dan Chi? Sabes que
detesto ver sangre—comentó cubriéndose su delicado rostro con un blanco pañuelo
de seda.
—Los dragones de komodo se estimulan al oler la sangre de sus presas. Ya han sentido
el aroma de la sangre de nuestro querido William Shoemaker. Por cierto, señor
Shoemaker; antes de que nos deje, quiero que vea lo inútil de su heroísmo y
lealtad. Junto con la valiosa información aportada por Madame Hazel ya conozco
el secreto de su amigo Von Marcus. Ya sé lo que lo ha mantenido ocupado y
oculto por casi diez años…He de reconocer que los esquemas de la aeronave son
impresionantes. Pero ya este conocimiento es mío y sabiendo lo que trama Von
Marcus y su ubicación secreta ya nada me impedirá adueñarme del resto del mapa.
Como puede ver yo, Dan Chi Long soy quien saldrá triunfante.
Con esas palabras de despedida,
Shoemaker fue dejado caer en el foso de los horribles dragones de komodo y la trampa que le cubría se
cerró dejando en la incertidumbre su destino. Esa era una incertidumbre
bastante cierta para Coyote. Él había oído cientos de historias terribles sobre
los dragones de komodo. Era cierto
que él jamás había podido ver uno hasta ese momento, pero todos los cuentos
terminaban con gente devorada hasta los huesos por esos diabólicos reptiles.
La dicotómica curiosidad del charro, por
un lado le requería quedarse y averiguar cual era el gran lío que le acababa de
costar la vida a un hombre y por el otro lado le advertía de salir de ese lugar
como si el mismísimo Satanás le
persiguiera.
—Perdone el momento incómodo Señor Vega,
ahora creo que usted y yo podemos conversar más calmadamente—dijo el
enmascarado centrando ahora su atención en él—. Aunque ya conoce su nombre, por
educación; permítame presentarle a Madame Hazel. Ella es una muy apreciada colaboradora
de mi organización. Su especialidad, como ha podido ver es conseguir información
que nadie más puede. Madame Hazel, este es el Señor Pedro Pablo Vega
García. Aventurero, pistolero y por esta
noche mandadero.
La mujer de ojos calinos le tendió la
mano a Vega y este dubitativo se inclinó para besar el delicado dorso de la
blanca mano. Coyote en ningún momento quitó sus ojos de los de la mujer, más
por desconfianza que por altanería.
—Un placer conocerla, Madame Hazel.
— ¿Placer? El placer puede ser una cosa
muy peligrosa como ha visto, Señor Vega.
La Madame acompañó su extraña respuesta
con una sonrisa que se debatía entre cándida y lasciva. Vega supo en ese
momento que mirar mucho a esa carita de ángel y a esos ojitos de diabla podía
resultar un pasatiempo tremendamente riesgoso.
—Bien, Madame Hazel, su habilidad para
conseguir información una vez más ha sido invaluable. El Señor Vega me ha
traído los documentos que su enviada en París ha podido obtener. De hecho, hay
una carta remitida para usted.
Dan Chi Long terció en la breve
conversación entre el charro y la rubia y le extendio a esta un sobre cerrado.
Madame Hazel tomó el sobre y con una coqueta mirada se lo pasó a Vega.
— ¿Me haría el favor de… Abrirla, Señor
Vega?
Coyote no se hizo el de rogar y rompió
el extremo del sobre y se lo devolvió a la dama.
— ¡Muy bien señor Vega! Porque sabe
usted que es una indiscreción leer las cartas ajenas—le increpó a Vega en tono
pícaro y seguidamente leyó velozmente la misiva—Rouge siempre ha sido muy eficiente Dan Chi, nunca me ha fallado.
Pero dime ¿Que es lo que tanto te urgía saber? En esta carta me cuenta ella que
conseguir esos planos y el resto de la información fue una aventura muy
peligrosa y con detalles que el decoro me impide relatar.
El hombre enmascarado puso los codos
sobre la mesa e hizo nuevamente un puente con su mano metálica y la mano real.
—Entonces haré los arreglos para que Rouge reciba un pago adicional por sus
molestias. En realidad los planos no son tales. Son apenas esquemas, bosquejos
de la máquina que Von Marcus ha estado construyendo. Me dan una idea de que es
y cómo será, pero; sin demasiados detalles, al menos no los detalles más
relevantes. Más que los planos lo verdaderamente importante es la información
que Von Marcus ha iniciado su búsqueda de tripulantes. Tu amiga ha podido
conseguir una interesante volante con la cual nuestro intrépido conde espera
poder reclutar personal para su expedición por el tesoro que ambos perseguimos.
Fei Tzung había comenzado a servir un
extraño líquido en copas de cristal; primero a Dan Chi Long, luego a Madame Hazel
y por último le sirvió a Coyote.
—Perdone señorita Tzung—dijo el charro
con timidez.
—Dígame usted, Sr. Vega.
— ¿Qué es esto?—preguntó al sentir el
típico aroma del licor destilado, pero, mezclado con algo que él no podía
definir.
—Es una variedad de licor de frutas. Es
una bebida muy delicada, pero; con cuerpo— respondió la chica oriental mientras
el exótico licor caía en la fina copa de Coyote.
—Bien Señor Vega— continuó Dan Chi Long
en su charla hacia el Charro—. Esto lo diré sólo una vez y créame que no es
algo usual. Sé que usted es un hombre que disfruta de la riqueza y del poder. Lo
que ha visto esta noche aquí es sólo una muestra de la riqueza y del poder que
yo, Dan Chi Long; poseo. No obstante, me hallo en la búsqueda de un poder aún
mayor; una riqueza que supera por mucho mi dominio. Yo puedo servirme muy bien
de personas como usted y usted puede esperar recompensas increíbles si acepta
colaborar con mi causa. Así que sólo se lo preguntaré una vez… ¿Desea unirse a
mí?
Pensando en el fatídico destino del
hombre llamado Shoemaker, quizás ya reposando en las panzas de los dragones de komodo bajo el salón.
Coyote Vega meditó sobre su respuesta.
—Pos, pos, pos... Pues como verá usted Señor
Don Dan Chi Long, estoy en una posición un poco estrecha para negarme… Pues,
estoy aquí, sentado a su mesa, en su barco y junto a sus...sus asociados. Si yo no fuera yo y me tuviera que dar un
consejo me aconsejaría aceptar el ofrecimiento del amable caballero de la
máscara.
La risa sonora de Dan Chi retumbó en el
salón y el traqueteo de su mano mecánica cortó el extraño discurso de Coyote.
— ¡Sí! Los hombres inteligentes y perspicaces
siempre son buena compañía. Hazel, propongo un brindis por el Señor Vega, quien
ahora trabaja con nosotros.
La mano real de Dan Chi Long alzó su copa
y Madame Hazel levantó la de ella con una sonrisa y un guiño de ojos para el
charro, quien les devolvió el brindis con una improvisada sonrisa la cual él
esperaba no revelara su nerviosismo.
— ¿Excelente! Ahora mí estimada Madame
Hazel, debemos preocuparnos por nuestro elusivo Frank Von Marcus, Conde de New
Castle. Ya que nuestro desafortunado amigo Shoemaker le ha revelado la locación
actual de Von Marcus y su dilecta amiga Rouge
en París averiguó sobre la búsqueda de aliados por parte del conde, es
prioritario asignar un espía para que nos de detalles de los pasos y acciones
de Von Marcus y sus amigos. Confío en su habilidad para este menester.
Los labios teñidos en carmín de la Madame
dejaron la copa y sonriendo se dirigió al hombre de la máscara de jade y la
bizarra mano mecánica.
—Sí Dan Chi, tengo a la mujer indicada
para este trabajo. Le escribiré una carta de inmediato. ¿Podrás hacérsela
llegar rápidamente con la volante adjunta?
Dan Chi Long vuelve a reír, ahora con
una risa más astuta y siniestra.
—Fei Tzung, prepara un correo. Mi red de
informantes hará llegar tu carta con premura…Y Fei, dile al navegante que ponga
curso a Formosa.
La mujer pelinegra le hace una leve reverencia
a su maestro y se pierde una vez más por el estrecho pasillo y Coyote Vega sólo
puede especular lo que el futuro al lado de este grupo le traerá.