miércoles, 11 de abril de 2012

Dan Chi Long y Las Gemas De La Eternidad


Buenos Días/Tardes/Noches, estimados lectores. Esta semana les traigo la primera de las entregas sobre la Historia en la que se basan los personajes de la comunidad Steampunk Panameña, de la mano y mente de uno de nuestros ilustres escritores, Mauro Avila.

                                           
Dan Chi Long y Las Gemas De La Eternidad

Por Mauro Avila

Los puertos de Hong Kong parecían bullir de ratas esa noche. Coyote Vega estuvo a punto de desenfundar su estrambótica arma por quinta vez en lo que llevaba en ese muelle.  Era el muelle más feo, solitario y oscuro de todo el puerto de la isla. No había bebido nada esa noche y ya se estaba arrepintiendo de no haberlo hecho, saltar alerta por ratas correteando por los tablones del muelle no era exactamente la actitud de un sujeto como él. Se acomodó su descomunal sombrero de ala ancha, se alisó su grueso y espeso bigote y verificó el morral que traía a la espalda. Pensó en los dólares fáciles y rápidos que se iba a ganar por entregar ese raro cilindro de metal al primer barco que atracase en ese muelle en esa noche. Ser de mensajero no era su estilo, después de todo ya hacían muchos años que Coyote Vega había dejado su Sonora natal sólo acompañado de la medallita de la virgen María que le dejó su difunta madre y su látigo hecho con cuero de serpiente marina, según él mismo y su milagrosa y casi divina puntería con casi lo que fuera que pudiera escupir balas.
Sus aventuras lo habían llevado por la mitad del mundo. El charro había visto cosas que otra gente sólo podía vislumbrar en sus sueños o en sus pesadillas. Vega comprobó su cartuchera y su imponente revólver de doble barril con recarga de fuerza de resorte. Era un arma de fuego que podía disparar rondas enteras a una velocidad increíble. La había heredado de un misterioso ingeniero armero que vivía en los desiertos de Nevada y a quien el charro  había salvado de una partida de indios quienes no lucían con muy buenas intenciones con el pobre anciano aquel.
Ese revólver se convirtió en el acompañante eterno de Coyote y en más de diez ocasiones le había salvado la vida. El cilindro seguía en su lugar dentro de su morral, la pistola en su cartuchera, las ratas corriendo por doquier, el cielo sin luna y el aire lleno de esa niebla que no refrescaba el calor, pero, si crispaba los nervios.
Coyote ya quería cobrar su pago de mandadero para montarse en el primer barco que lo sacara de Hong Kong. No es que el lugar fuera feo. Sin embargo, ya Coyote estaba cansado de él.  Había oído que en Bengala había buenas oportunidades para un tipo con agallas y poca prudencia.
—Con la próxima paga que me den tengo que comprarme un reloj—pensó Vega mientras sonaba el tacón de su bota sobre los tablones del viejo muelle.
Decidió que dada la oscuridad y la niebla, ningún piloto de barco en su sano juicio andaría por ese puerto esa noche. Vega iba a dar el primer paso de regreso fuera del muelle cuando en el agua vio algo que tocó su inoportuna curiosidad. Junto al muelle en el agua se dibujó una sombra, daba la impresión de ser un animal marino. Coyote ya había visto cosas así. Estuvo en un barco ballenero hace unos años, pero él sabía que las ballenas no andan por los puertos. Mas los leviatanes, esos engendros de Satanás eran otra cosa muy distinta. Se le encogieron las tripas al recordar su visita a Nueva Zelanda. En un puerto por allá una de esas bestias del infierno, un calamar del tamaño de una casa grande se le ocurrió campear por los muelles. En esa ocasión tres hijos del señor fueron a dar a la panza del monstruo frente a sus narices. Esa era una de las historias de cantina que la gente menos le creía a Coyote, de todos modos él no la contaba mucho por razones obvias.
Estaba a punto de dar la carrera de su vida. Él recordaba lo letal de los tentáculos con ventosas de los leviatanes cuando algo le pegó sus botas al suelo, y si su quijada no hubiera estado pegada a su cabeza, ella también habría quedado fija a las tablas del muelle.
La sombra subacuática se hizo enorme, casi del tamaño de un barco ballenero. De ella emanaban puntos de luz. Frente a los ojos casi desorbitados del bigotudo aventurero la sombra emergió rápidamente de las sucias y oscuras aguas del muelle. Un enorme tubo de lo que parecía ser metal emergió. Coyote escuchó el típico retumbar de los cascos modernos de puro acero. El falso leviatán tenía hélices en lo que debía ser su parte posterior. Al medio la nave había una torreta que sobresalía y los puntos de luz se descubrieron como fanales. La breve iluminación dejaba ver los remaches en las láminas de metal del casco. Definitivamente la teoría del leviatán podía ser descartada. Esa y otras teorías igualmente terribles, pero, más alejadas de lo factible.
Tres cosas aún mantenían a Coyote Vega en el mismo lugar sobre ese muelle: su curiosidad, más maligna que benigna, un susto paralizante que amenazaba con hacerle evacuar el intestino y el caer en cuenta que a pesar de la inusual entrada, de haber llegado debajo del agua en lugar de sobre ella, lo que él tenía en frente era un barco y su encargo era entregar su encomienda al primer barco que atracase esa noche en ese muelle. A pesar de su tremendo tamaño, la nave maniobró con increíble suavidad y atracó en el muelle a pocos metros de un Coyote Vega que esperaba lucir menos tonto y asustado de lo que en realidad estaba.
Luego de algunos pocos minutos de silencio, el Charro pudo oír voces hablando en chino. No podía ver bien pero distinguía que las voces venían de la torreta. Una luz se encendió, esa luz era más potente que las del extraño navío. La luz cegó por momentos a Coyote, pero, en lo que sus ojos pudieron acostumbrarse el aguerrido pistolero de Sonora pudo distinguir tres figuras que se movían en el tope de la torreta.
Qué razón tenía el sabio padre Esteban, párroco de la iglesia donde Coyote hizo de monaguillo cuando era un chamaco mocoso e idiota.
—“A que todos los chinos son igualitos”—pensó.
Y sí, en lo que él pudo ver en su estadía en ese confín del mundo si los veías a la distancia adecuada y alumbrados con el fanal de un barco que puede salir del agua en lugar de hundirse. Pues sí, todos los chinos se ven igualitos. Dos de las tres figuras eran hombres chinos o de por allí cerca, con el cabello recogido en una pequeña trenza tras la cabeza. Llevaban encima unos extraños rifles. Cada rifle tenía en la boca del cañón la cabeza de una de esas serpientes que acá les decían dragones. Los sujetos vestían esos trajecitos negros que suelen usar tradicionalmente, al estilo de un pijama de dormir.
  Coyote había visto a unos muchachos chinos que hacían algo parecido al box de los gringos. Algo del camino del dragón le habían dicho; chorradas pensó Coyote, como si alguien necesitase aprender a darse de trompadas.
La tercera figura sí podía ser resaltada, reseñada, registrada, admirada; sacada de China, puesta en un altar y ser venerada con una procesión todos los domingos. Vega había podido ver ejemplos de la renombrada belleza exótica de las mujeres del oriente y tenía la poca modestia de admitir haber retozado con algunas de ellas, pero, lo que él tenía a su vista dejaba muy por detrás a cualquier mujer que él haya podido ver en ese fin de mundo.
Al igual que sus compañeros masculinos, la mujer vestía totalmente de negro. Su atuendo consistía en un vestido de corte chino ajustado al cuerpo que dejaba los brazos descubiertos. Con un cuello alto, al medio el vestido tenía cierres que eran delgadas cadenillas color oro. La mujer lucía una sedosa cabellera lisa y negra como si estuviera hecha de la mismísima noche. El rostro estaba compuesto por las más finas facciones de mujer asiática que Coyote haya podido apreciar jamás.
 En su cara y brazos desnudos Coyote vio una suavidad de porcelana. El charro sólo podía especular hasta donde llegaría esa tersura divina. La mujer fijó sus ojos sobre Coyote, pero esos no eran ojos; eran gemas iridiscentes que parecían refulgir con el más raro y exótico color violeta.
—Pedro Pablo Vega García…Coyote Vega—dijo la mujer.
La tripa de Coyote dio un saltito al escuchar su nombre completo y su nombre de batalla pronunciados por una voz llena de melodía, de esas voces que uno quisiera oír decirte buenos días por las mañanas pero, luego de pasear un rato por las nubes siempre es bueno poner las botas en el suelo, o al menos regresar a los tablones de ese feo muelle y no olvidar el porqué de la estancia allí.
—Sí, soy yo—contestó el charro en su inglés cargado de acento sonaerense—, y creo que tengo algo para usted.
Después de todo, Hong Kong era una colonia de los británicos y sería demasiado pedir que estos chinos hablasen el español cristiano de su terruño. Uno de los dos acompañantes de la beldad asiática desplegó una escalerilla de cuerda desde la torreta de la nave.
—Acompáñenos, Sr. Vega
Coyote Vega sabía que para prudencias mejor se hubiera quedado en su pueblo arreando vacas, tomando ron o tequila y si una mujer así de hermosa lo invitaba a subir a una nave que acababa de salir del mar junto con dos hombres armados, pues sólo había una respuesta posible.
—Con gusto señorita… En un momentito estoy con usted allá arriba.
Coyote Vega subió por la escalerilla de cuerda tendida por los dos hombres chinos. En momentos el charro temió tropezar y hacer el ridículo ante la belleza de ojos púrpuras que le esperaba en la torreta del barco sumergible. El acenso fue rápido, Coyote tenía prisa por estar al lado de la chica y una vez arriba de la torreta ella le ganó la iniciativa.
—Si es tan amable Señor Vega en dejarme ver el paquete—dijo la mujer con gentileza.
Coyote seguía embelesado con el trinar de la voz de la mujer asiática. El curtido aventurero no sabía si hacer un lance al más puro estilo charro y dejarle claro a la bella chica que ella gozaba de todas sus atenciones e intensiones.  Aunque sentía en el tuétano que esa táctica mejor se la guardaba para otro día y otra ocasión.
—Claro, mi bella señorita. ¿Es usted quien debe recibir este encargo?
—Yo no. Mi amo es quien lo espera—afirmó—. También espera verlo a usted personalmente, Señor Vega.
Coyote se volvió a alizar el espeso mostacho mexicano.  Vaya que quien se tomase la molestia de estudiarlo con cuidado se daría cuenta que ese era el signo más claro de que el charro estaba nervioso.
—Como usted o su amo gusten, señorita. Solamente, y me deberá perdonar mi falta de modales, no olvidemos el asunto de los honorarios.
Vega a lo que decía esto, se sacaba el morral de la espalda y le entregaba el misterioso cilindro de metal que él había resguardado esa noche. La extrañeza de Coyote pasó a ser una sorpresa escalofriante al ver como de los dedales de la mano derecha de la mujer salían uñas, más que uñas; garras metálicas del mismo tono dorado que los dedales.
Con una aterradora precisión y delicadeza, la mujer de los ojos violetas abrió el cilindro de metal con un perfecto corte redondo en uno de sus extremos haciendo uso de sus artilugios metálicos. Una vez terminada su tarea, las garras se retrajeron con un suave sonido metálico.
—Perdone usted mi descortesía, señor Vega… Mi nombre es Fei Tzung.
Vega entre tremores de su voz balbuceó un "encantado" y pensó que mejor se guardaba el apretón de manos en el mismo rincón donde se guardó las ganas de lanzársele a la delicada belleza del oriente.
—Por favor, venga con nosotros. Mi amo desea verle.
Ahora con más dudas que certezas, Vega meditó que ya había subido a la torreta y que ese sentido sonaerense del peligro le advertía que mejor no le hacía un desprecio al amo de Fei...  No podía recordar como seguía el nombre de la chica.
—Por favor tenga cuidado, la escalera para bajar puede ser un poco incómoda y resbalosa.
Con ese aviso Fei Tzung comenzó a bajar hacia dentro de la embarcación. Una vez abajo, el cuarteto se adentró en las entrañas del barco sumergible. Con la mujer asiática a la cabeza, seguida por Vega y los dos sujetos chinos con los rifles cerrando el grupo, Coyote no pudo evitar sentirse atrapado en un balde.
—"Ni más ni menos un ratón encerrado en un balde con una gatita de uñas muy filosas y peligrosas. ¡Ah! ¡Cuánta razón tenía el padre Esteban!" "La valentía sin sesos son recetas para llegar al cementerio. Un día tu imprudencia te va a meter en grandes líos."—le repetía a menudo el viejo sacerdote a Coyote cuando este era un niño mocoso allá en su Sonora natal.
La bestia sumergible a pesar de lucir enorme por fuera era claustrofóbicamente estrecha por dentro. El pasillo por donde Fei Tzung, Coyote y los dos hombres avanzaban era a penas suficientemente ancho para que fueran de uno en fondo. Si Coyote hubiera sido un poquito más alto habría tenido que caminar con la cabeza baja.
Las tenues luces del túnel dejaban que Coyote pudiera apreciar a detalle el delicado caminar de la chica asiática. Se deleitaba con su contoneo, a pesar de que tenia muy presente la incómoda sorpresa que guardaba cada uno de sus dedos. Vega estaba embelesado con la cadencia del andar de ella y su cabello largo que llegaba donde nacían sus piernas, tan negro como delicada zeda para luto. Sí, luto. Por alguna razón el aventurero tenía una sensación como de invocar al luto con cada paso que daba detrás de esta escalofriante belleza oriental.
El pasillo era un amasijo de tuberías, manómetros y perillas de válvulas. Coyote podía escuchar el típico zumbido de los conductos de agua muy caliente, las venas y la sangre de todas estas bestias que comían carbón y funcionaban con vapor. En lo que llegaron al final del pasillo, el aroma de algo que parecía incienso llenó el aire y Coyote Vega en serio quedó sorprendido si cabían más sorpresas en esa extraña noche.
El estrecho pasillo por donde él, Fei Tzung y los dos sujetos de los rifles habían entrado no hacía justicia al lugar donde llegaron. Se trataba de un gran y tremendamente lujoso salón, bellos fanales alumbraban el lugar, la luz teñida de ámbar daba un ambiente cálido y Vega no pudo evitar pensar que a parte de cálido el ambiente era misterioso, intimidante en realidad.
—Bienvenido, señor Vega.
La voz llena de acento chino y tono de mando llevó la atención de Coyote a una gran mesa, en cuyo centro se levantaba una silla de respaldar alto. En el tope del trono había labrado de forma magistral la figura de un dragón serpenteante, rodeado de nubes de lo que parecía ser humo o vapor. La silla hacía lucir a su ocupante mucho más imponente de lo que en realidad debía ser.  Cómodamente sentado en ese trono estaba un hombre ataviado con una elegante túnica de zeda roja, un curioso gorro el cual terminaba en una punta esférica que lucía como una delicada perla negra. 
El hombre tenía ambas manos juntas formando un puente. Una de esas manos era un guante metálico. En el dorso sobresalía un exótico mecanismo de engranajes y resortes diminutos. Con cada movimiento de los férreos dedos, el mecanismo traqueteaba levemente como un reloj de manufactura muy fina.
El misterioso hombre remarcaba su misteriosa imagen con una máscara que mostraba un inexpresivo rostro de color verde pulido. Coyote había visto cosas como esa antes. Los muertos potentados y nobles de la antigua cultura de este fin de mundo se iban a la tumba con máscaras como esas, increíblemente valiosas piezas labradas en jade. Por las selvas de Guatemala Coyote había visto hermosas joyas de jade en la tumba de un antiguo rey indígena. Pero él sabía que esa máscara era una pieza que sola podía costar dos o tres baúles llenos de dólares.
—Gracias por traerme esta encomienda, señor Vega—agregó el misterioso hombre—. Espero que pueda aceptar mi hospitalidad aún que sea por unos instantes.
Coyote sabía que en la vida no se daba nada por nada y sentía que posiblemente esa hospitalidad podía costarle cara.
—Bueno señor, yo nada más soy un aventurero y hoy acepté un trabajo como mandadero. Le agradezco mucho su detalle, pero creo que su barco no tiene muchas intenciones de estar mucho tiempo en este muelle.
La risa del hombre enmascarado fue sonora y señalando a Coyote con la mano de metal le dijo:
—Los hombres perspicaces son siempre buena compañía, señor Vega. Por favor, permítame atender un asunto previo y luego hablaremos. Mientras tome asiento.
Vega decidió no hacerse de rogar, creyó que era mala idea dada la situación, se descubrió la cabeza y buscó una silla al extremo de la lujosa mesa.
—Fei Tzung, acércame lo que el Señor Vega me ha traído.
La delicada mujer asiática caminó hacia el hombre enmascarado y le tendió el cilindro de metal con la abertura que ella misma le había hecho momentos antes con sus irreales garras doradas. El maestro de Fei tomó el cilindro y de su interior sacó un rollo de papel, una cuartilla bastante grande. Al desenrollarla, Coyote pudo distinguir algo similar a dibujos de piezas de maquinaria. Junto con el rollo había un sobre, una carta cuya envoltura el hombre abrió con la afilada uña de su mano mecánica. Luego de repasar con la mirada la misiva el misterioso hombre de la máscara de jade soltó otra risa. Dobló delicadamente la carta y se dirigió a su bella servidora.
— ¿Todo en orden Fei Tzung?
—Sí maestro Dan Chi Long—respondió la mujer con reverencia.
El nombre hizo saltar de la silla a Coyote. Él ya había oído nombrar a Dan Chi Long. Mucha gente consideraba que se trataba de un mito, una broma entre forajidos y facinerosos, pero; parecía que era real y Vega lo tenía a pocos metros.
Dan Chi Long, el cerebro detrás de un sin fin de actividades delictivas, sólo en China y en el Asia su nombre era suficiente para hacer temblar a príncipes, señores de la guerra, traficantes de opio y otra gente poco recomendable, justo la clase de gente con quien Coyote había estado trabajando desde que llegó a ese continente.
—Fei Tzung, que traigan al señor Shoemaker y dile a nuestra invitada que nos acompañe.
—Sí, maestro.
La chica de los áureos dedales desapareció por el pasillo por donde entró con Coyote. Silenciosos minutos después, por la compuerta regresó ella con una sorpresiva compañía. Una mujer de cabellos rubios como el sol y ojos pardos como las avellanas. Coyote había sido educado como un cristiano católico, él sabía sobre ángeles y diablos y allí presente tenía a un ángel, una creatura en cuya belleza se notaba la mano de Dios, pero; al mismo tiempo había algo en esa mujer que irradiaba la picardía del demonio.
—Gusto de verla de nuevo, Madame Hazel.
El hombre enmascarado saludó a la misteriosa mujer rubia y esta con un gesto insinuante y coqueto de su mano devolvió el saludo. La nombrada Madame Hazel se movía con la gracia y la sensualidad de la brisa veraniega. Ella caminó para tomar asiento en la silla justo entre el enmascarado Dan Chi Long y Coyote Vega. En su camino hasta su silla la mujer cruzó una mirada con el charro.  Curiosidad y desdén fue lo que Coyote pudo ver reflejadas en la mirada y la sonrisa que Hayes le regaló al bigotudo aventurero. La belleza ojiparda iba a abrir la boca cuando el estrépito se oyó desde el estrecho pasillo de acceso al salón donde estaban todos.
—Los centinelas traen al señor Shoemaker, maestro Dan Chi—dijo la mujer de ojos purpuras mientras se acercaba a la mesa y tomaba posición al lado del maestro a la mano contraria donde estaban situados Madame Hazel y Coyote.
— ¡Bien, bien! ¡Quiero hablar con Shoemaker y estoy seguro que Madame Hazel comparte mi deseo!—exclamó Dan Chi Long.
Dos hombres vestidos de negro iguales a los que custodiaron a Coyote hasta ese salón traían a un hombre desnudo de la cintura para arriba y con las muñecas encadenadas. Los rubios cabellos del hombre estaban despeinados, los ojos grises estaban opacos y varios moretones en su rostro y pecho evidenciaban que en las últimas horas este desdichado no la había pasado muy bien.
El hombre al entrar al salón lo primero que hizo fue rebuscar con la mirada y al ver a la mujer rubia quiso zafarse por la fuerza de sus captores, fuerza que ya no tenía.
— ¡Hazel! ¡Dios! ¿Estás bien? ¿Te han hecho algo malo? ¡Maldito demente!—gritó mirando al magnate con furia— ¡Dan Chi! ¡Si te has atrevido a tocar a Hazel te juro que te haré arrepentir por siempre!
El ánimo del hombre rubio de repente cobró ímpetu. El marcado acento británico se mezclaba con la ira de su voz y todo indicaba que estaba a punto de hacer una tontería. Lo que ocurrió después le trajo a Coyote recuerdos de su difunto abuelo.
—“Nieto, nunca olvides lo que te voy a decir… Jamás confíes en una mujer bonita. No hay ser más traicionero que una mujer que se sabe bella y deseada por los hombres”.
Fueron las palabras del abuelo de Coyote antes de morir, y el viejo sabía de lo que hablaba. El anciano murió en la ruina, según él por culpa de una mujer; una mujer bella que lo traicionó con su mejor amigo. El destino de este pobre atolondrado le trajo a Coyote las palabras del viejo a su mente.
—Es bueno que esté de mejor ánimo, señor Shoemaker—agregó Dan Chi Long al tiempo que su mano metálica se movía de forma atemorizante —.Usted y yo tenemos una charla pendiente.
— ¡Yo no tengo nada que hablar contigo delincuente barato!—exclamó Shoemaker— ¡Te exijo que liberes a la señorita Hayes! ¡Haz conmigo lo que quieras, pero no la involucres a ella!
Los dos guardias que trajeron a Shoemaker tuvieron que acortar la cadena que le ataba de las muñecas para evitar que este se abalanzara sobre la mesa.
—Sólo se lo preguntaré una vez más, señor Shoemaker. ¿Donde está su querido amigo el conde de New Castle? ¿Cuál es su escondite actualmente?—preguntó con serenidad el enmascarado en lo que se arrellanaba en su fastuoso trono.
— ¡Jamás te lo diré! ¡No importa cuantos esbirros tengas, nunca podrás encontrar a Frank! ¡Eres tonto si…!
—Bélgica, Von Marcus está en Bélgica, en una villa a las afueras de Bruselas.
Las palabras de Madame Hazel, la mujer rubia de ojos embrujadores, cortaron el airado discurso de Shoemaker. Posiblemente una espada de frío acero clavada en su panza le hubiera dejado una expresión menos amarga en su rostro.
—Ha - Ha Hazel... No no, no entiendo...—dijo el hombre con notable desconcierto.
La confusa y desencajada expresión del encadenado era lastimera. El pobre hombre se debatía por negar o aceptar lo obvio. Este valeroso caballero sin armadura acababa de ser traicionado por su dama. Coyote no estaba disfrutando de la escena. El aventurero sonaerense no podía evitar sentir algo de empatía por este desgraciado que había pasado de héroe a víctima, sin embargo; Vega había aprendido a mantenerse lejos de los asuntos que no le requerían y a su pesar ya se sentía curioso por saber el resto de esta pérfida historia.
—Como ha podido ver, señor Shoemaker; su presencia aquí es sólo para determinar su destino. El conocimiento es la fuente de mucho poder y yo, Dan Chi Long; sé cómo obtener el conocimiento que necesito. Tan sólo quería ver si al final iba usted a ser inteligente y cooperar conmigo, pero, veo que ha preferido seguir jugando al héroe testarudo. Debo confesar que su lealtad por Von Marcus es admirable, no obstante, ha sido inútil. Usted así lo ha querido. Fei Tzung, que mis mascotas rindan cuenta del señor Shoemaker.
La pelinegra asistente de Dan Chi Long se acercó a unas tallas sobre la pared del salón y luego de presionar algo sobre ellas en el espacio entre la mesa señorial y el aún atónito Shoemaker se abrió una trampa. Dos espantosos lagartos enormes aparecieron en el foso bajo la trampa. Las bestias más horribles que Coyote había visto. Los animales tendrían al menos dos metros de largo cada uno. Largas y repulsivas lenguas bífidas salían y entraban de los hocicos de los tremendos lagartos.
Los custodios de Shoemaker lo sujetaron con fuerza, pero el hombre estaba abatido. Ni los golpes ni el miedo a la muerte horrible lo estremecieron antes, pero la infame traición de la cual acababa de ser objeto lo dejó en la absoluta desolación. Una cadena había bajado desde el techo del salón y un tercer guardia procedió a atar las muñecas de Shoemaker a dicha cadena.
—Tan sólo quiero saber por qué… Dime Hazel  ¿Que te hizo este criminal funesto para que hayas cedido a su interrogatorio? ¿Te torturó? ¡Maldito infeliz! ¡Has debido torturar a Hazel! ¡Te juro que pagarás con tu vida tu maldad!
Por fin Madame Hazel rompió su mutismo y con una expresión sombría miró fijamente a Shoemaker y gélidamente le aclaró:
—Mi querido Will, nunca fue mi intensión llegar hasta este punto, pero, fuiste un hueso duro de roer… Desde que te conocí has tenido un severo problema para buscar bando. Yo por el contrario, nunca he tenido ese problema… Siempre estoy en el lado ganador.
A lo que Madame Hazel decía esto, volteó a mirar a un impávido Dan Chi quien ya sólo se limitaba a observar el espectáculo.
—No puedo negarte que la pasamos bien, pero te volviste más problema que solución y eso nos ha traído al aquí y ahora. Es una pena… Si hubieras cooperado la estaríamos pasando mejor de lo que lo hicimos antes.
Era definitivo. Las lágrimas en los ojos de William Shoemaker eran las lágrimas de pena y rabia de un hombre quien se sabía usado y luego tirado. A pesar de saberse engañado puerilmente por los encantos y las bondades de una mujer bella, Shoemaker quiso enfrentar su inminente muerte con la dignidad propia de un caballero inglés.
La cadena tiró hacia arriba y Shoemaker ya casi colgaba del techo. Fei Tzung se acercó al hombre y sacando sus garras doradas le hizo varios cortes en el torso al encadenado. En el último corte, la letal belleza asiática besó a Shoemaker en la mejilla. Coyote habría apostado que la mujer de cabellos negros le susurró algo en el oído al condenado, quizás una despedida en chino o una última burla para un traicionado a punto de morir.
La sangre brotaba profusa de las heridas que Fei le hizo a Shoemaker, dándole una apariencia aún más dantesca a toda la escena. A pesar de la frialdad con la que había tratado al finado caballero, Madame Hazel mostró su aversión al último punto del acto. 
— ¿Era eso necesario Dan Chi? Sabes que detesto ver sangre—comentó cubriéndose su delicado rostro con un blanco pañuelo de seda.
—Los dragones de komodo se estimulan al oler la sangre de sus presas. Ya han sentido el aroma de la sangre de nuestro querido William Shoemaker. Por cierto, señor Shoemaker; antes de que nos deje, quiero que vea lo inútil de su heroísmo y lealtad. Junto con la valiosa información aportada por Madame Hazel ya conozco el secreto de su amigo Von Marcus. Ya sé lo que lo ha mantenido ocupado y oculto por casi diez años…He de reconocer que los esquemas de la aeronave son impresionantes. Pero ya este conocimiento es mío y sabiendo lo que trama Von Marcus y su ubicación secreta ya nada me impedirá adueñarme del resto del mapa. Como puede ver yo, Dan Chi Long soy quien saldrá triunfante.
Con esas palabras de despedida, Shoemaker fue dejado caer en el foso de los horribles dragones de komodo y la trampa que le cubría se cerró dejando en la incertidumbre su destino. Esa era una incertidumbre bastante cierta para Coyote. Él había oído cientos de historias terribles sobre los dragones de komodo. Era cierto que él jamás había podido ver uno hasta ese momento, pero todos los cuentos terminaban con gente devorada hasta los huesos por esos diabólicos reptiles.
La dicotómica curiosidad del charro, por un lado le requería quedarse y averiguar cual era el gran lío que le acababa de costar la vida a un hombre y por el otro lado le advertía de salir de ese lugar como si el  mismísimo Satanás le persiguiera.
—Perdone el momento incómodo Señor Vega, ahora creo que usted y yo podemos conversar más calmadamente—dijo el enmascarado centrando ahora su atención en él—. Aunque ya conoce su nombre, por educación; permítame presentarle a Madame Hazel. Ella es una muy apreciada colaboradora de mi organización. Su especialidad, como ha podido ver es conseguir información que nadie más puede. Madame Hazel, este es el Señor Pedro Pablo Vega García.  Aventurero, pistolero y por esta noche mandadero.
La mujer de ojos calinos le tendió la mano a Vega y este dubitativo se inclinó para besar el delicado dorso de la blanca mano. Coyote en ningún momento quitó sus ojos de los de la mujer, más por desconfianza que por altanería.
—Un placer conocerla, Madame Hazel.
— ¿Placer? El placer puede ser una cosa muy peligrosa como ha visto, Señor Vega.
La Madame acompañó su extraña respuesta con una sonrisa que se debatía entre cándida y lasciva. Vega supo en ese momento que mirar mucho a esa carita de ángel y a esos ojitos de diabla podía resultar un pasatiempo tremendamente riesgoso.
—Bien, Madame Hazel, su habilidad para conseguir información una vez más ha sido invaluable. El Señor Vega me ha traído los documentos que su enviada en París ha podido obtener. De hecho, hay una carta remitida para usted.
Dan Chi Long terció en la breve conversación entre el charro y la rubia y le extendio a esta un sobre cerrado. Madame Hazel tomó el sobre y con una coqueta mirada se lo pasó a Vega.
— ¿Me haría el favor de… Abrirla, Señor Vega?
Coyote no se hizo el de rogar y rompió el extremo del sobre y se lo devolvió a la dama.
— ¡Muy bien señor Vega! Porque sabe usted que es una indiscreción leer las cartas ajenas—le increpó a Vega en tono pícaro y seguidamente leyó velozmente la misiva—Rouge siempre ha sido muy eficiente Dan Chi, nunca me ha fallado. Pero dime ¿Que es lo que tanto te urgía saber? En esta carta me cuenta ella que conseguir esos planos y el resto de la información fue una aventura muy peligrosa y con detalles que el decoro me impide relatar.
El hombre enmascarado puso los codos sobre la mesa e hizo nuevamente un puente con su mano metálica y la mano real.
—Entonces haré los arreglos para que Rouge reciba un pago adicional por sus molestias. En realidad los planos no son tales. Son apenas esquemas, bosquejos de la máquina que Von Marcus ha estado construyendo. Me dan una idea de que es y cómo será, pero; sin demasiados detalles, al menos no los detalles más relevantes. Más que los planos lo verdaderamente importante es la información que Von Marcus ha iniciado su búsqueda de tripulantes. Tu amiga ha podido conseguir una interesante volante con la cual nuestro intrépido conde espera poder reclutar personal para su expedición por el tesoro que ambos perseguimos.
Fei Tzung había comenzado a servir un extraño líquido en copas de cristal; primero a Dan Chi Long, luego a Madame Hazel y por último le sirvió a Coyote.
—Perdone señorita Tzung—dijo el charro con timidez.
—Dígame usted, Sr. Vega.
— ¿Qué es esto?—preguntó al sentir el típico aroma del licor destilado, pero, mezclado con algo que él no podía definir.
—Es una variedad de licor de frutas. Es una bebida muy delicada, pero; con cuerpo— respondió la chica oriental mientras el exótico licor caía en la fina copa de Coyote.
—Bien Señor Vega— continuó Dan Chi Long en su charla hacia el Charro—. Esto lo diré sólo una vez y créame que no es algo usual. Sé que usted es un hombre que disfruta de la riqueza y del poder. Lo que ha visto esta noche aquí es sólo una muestra de la riqueza y del poder que yo, Dan Chi Long; poseo. No obstante, me hallo en la búsqueda de un poder aún mayor; una riqueza que supera por mucho mi dominio. Yo puedo servirme muy bien de personas como usted y usted puede esperar recompensas increíbles si acepta colaborar con mi causa. Así que sólo se lo preguntaré una vez… ¿Desea unirse a mí?
Pensando en el fatídico destino del hombre llamado Shoemaker, quizás ya reposando en las panzas de los dragones de komodo bajo el salón.
Coyote Vega meditó sobre su respuesta.
—Pos, pos, pos... Pues como verá usted Señor Don Dan Chi Long, estoy en una posición un poco estrecha para negarme… Pues, estoy aquí, sentado a su mesa, en su barco y junto a sus...sus asociados.  Si yo no fuera yo y me tuviera que dar un consejo me aconsejaría aceptar el ofrecimiento del amable caballero de la máscara.
La risa sonora de Dan Chi retumbó en el salón y el traqueteo de su mano mecánica cortó el extraño discurso de Coyote.
— ¡Sí! Los hombres inteligentes y perspicaces siempre son buena compañía. Hazel, propongo un brindis por el Señor Vega, quien ahora trabaja con nosotros.
La mano real de Dan Chi Long alzó su copa y Madame Hazel levantó la de ella con una sonrisa y un guiño de ojos para el charro, quien les devolvió el brindis con una improvisada sonrisa la cual él esperaba no revelara su nerviosismo.
— ¿Excelente! Ahora mí estimada Madame Hazel, debemos preocuparnos por nuestro elusivo Frank Von Marcus, Conde de New Castle. Ya que nuestro desafortunado amigo Shoemaker le ha revelado la locación actual de Von Marcus y su dilecta amiga Rouge en París averiguó sobre la búsqueda de aliados por parte del conde, es prioritario asignar un espía para que nos de detalles de los pasos y acciones de Von Marcus y sus amigos. Confío en su habilidad para este menester.
Los labios teñidos en carmín de la Madame dejaron la copa y sonriendo se dirigió al hombre de la máscara de jade y la bizarra mano mecánica.
—Sí Dan Chi, tengo a la mujer indicada para este trabajo. Le escribiré una carta de inmediato. ¿Podrás hacérsela llegar rápidamente con la volante adjunta?
Dan Chi Long vuelve a reír, ahora con una risa más astuta y siniestra.
—Fei Tzung, prepara un correo. Mi red de informantes hará llegar tu carta con premura…Y Fei, dile al navegante que ponga curso a Formosa.
La mujer pelinegra le hace una leve reverencia a su maestro y se pierde una vez más por el estrecho pasillo y Coyote Vega sólo puede especular lo que el futuro al lado de este grupo le traerá.