El Duque Pirata (Parte VII)
Caterina de Tunisia (Parte II)
Antes de que pudiéramos
hacer cualquier movimiento, una suave voz cortó la tensión del silencio que
había en el ambiente.
—Bajen sus armas,
caballeros. Están asustando a nuestros invitados…
Muy obedientes los
hombres dejaron de apuntarnos, adoptando una posición de descanso y abriendo
paso a la propietaria de aquella voz. Se trataba de una delicada y bella dama.
Estaba ataviada con un detallado vestido color rojo, cubierto en su extensión
por una serie de delicados encajes negros. Su oscura melena estaba recogida en
una cola y su frente coronada por un corte recto de sus cabellos en una
ordenada galluza. En lo alto de su cabeza traía un pequeño y delicado sombrero
de copa, colocado de medio lado, decorado con pequeñas cadenas plateadas muy
similares a las que colgaban de su cuello a modo de gargantilla. Entre sus manos
llevaba un fino bastón negro coronado por una bola de cristal, en cuyo interior
llevaba un dragón esculpido en jade. Su rostro era muy fino, formado por una
nariz de delicado perfil, tiernos labios rojo pasión y rematado por unos bellos
y cautivantes ojos negros, sobre los cuales traía unas gafas redondas de un
suave color verde como las aguas del Caribe.
—Tan puntual como el Big Ben, Fei Tzung.
—Y tu tan resguardada
como el sello imperial en la ciudad prohibida, Caterina Gatto - Cacciatore.
Escuchar tal nombre no
me provocó reacción alguna, mas para Madame Ivanna fue totalmente lo contrario.
— ¿Caterina Gatto –
Cacciatore? ¿Gattino?… ¿Eres tú?—preguntó
con sobresalto.
La pitonisa salió
delante de nosotros. Al verle, el semblante de seguridad y misticismo que había
poseído desde que entró en escena en nuestras vidas se quebró, dejándonos ver
la más pura de las naturalezas del ser humano.
— ¿Mamá?—preguntó la
joven.
— ¡Gattino!—exclamó con emoción la pitonisa.
Ante nuestra profunda
sorpresa, ambas corrieron una hacia la otra y se abrazaron con emoción. La
propia Fei Tzung se notaba conmovida y sorprendida ante los hechos.
— ¿Madre, que haces
aquí?
—Lo mismo te pregunto
yo—dijo separándose del abrazo.
—Esta es la casa de
papá. Aquí vivimos juntos desde hace mucho tiempo.
— ¿Dónde está el?
—No sé de él hace un mes—contestó
con tristeza—. Un día salió de viaje a Colonia. Estando ya lejos me enviaba
cartas puntuales todas las semanas, hasta que dejaron de llegar y no he vuelto
a saber de él.
La pitonisa estaba con
los ojos inundados en lágrimas. Yo lo ignoraba, pero ella no había visto a su
hija en muchísimos años y no había tenido noticias ni de ella ni del padre en
ese mismo tiempo.
—Ven, quiero presentarte
a quienes me salvaron. Ella es Lady Hikari.
—Mucho gusto en
conocerle, Lady Caterina.
—Él es Bastian Mercado,
Duque de Labarca.
Ella me ofreció la mano,
la cual tomé y me dispuse a besar. Mientras la acercaba a mi rostro pude
apreciar las formas de un fino y prominente anillo en uno sus dedos. En el
interior de la gema que lo coronaba estaba plasmado un logo que había visto con
anterioridad y que había procurado jamás olvidar: dos llaves ajustables
coronadas por un engranaje, la escuadra y la letra “M”. Ella contestó al saludo
asintiendo con la cabeza.
—Es todo un placer
conocerle, milady—comenté levantando la mirada.
—Igual que lo es para
mí, apuesto Duque de Labarca... Bienvenido sea usted a mi casa, que también es
su casa.
Esa última afirmación
fue muy curiosa para mí, mas procuré no mostrar mi curiosidad al respecto.
—Por favor, subamos a la
casa—agregó—. Imagino que han de estar cansados por el viaje. Dejen sus maletas
con toda confianza, mis sirvientes se encargarán de dejarlas en sus respectivas
habitaciones.
Ella levantó las manos y
aplaudió dos veces. De la nada aparecieron cuatro sirvientes, quienes tomaron nuestro
equipaje, llevándoselo por donde habían venido.
—Acompáñenme—dijo la
joven iniciando la marcha.
Ella tomó a su madre del
brazo y empezó a caminar con ella hacia una de las paredes. Acercó su bastón a
una placa metálica dispuesta en la pared y el báculo se iluminó. La pared se
abrió dándonos paso a un amplio cubículo de fina madera de la mitad para abajo
y de suave terciopelo verde de la mitad para arriba, decorado con diseños de
estilo árabe. El piso estaba cubierto por una elegante alfombra roja. Nos
introducimos en la elegante habitación y las puertas se cerraron. Empezamos a
ascender, mientras que la manecilla del reloj en lo alto de la puerta se movía
de izquierda a derecha. De un momento a otro el movimiento se detuvo y una
campañilla sonó. Las puertas se abrieron, dándonos paso a un amplio y
majestuoso vestíbulo. El interior yacía decorado de alfombras y candelabros,
todo de un puro estilo arabesco. En seguida unos sirvientes se acercaron a
nosotros con bandejas en sus manos, pobladas con vasos de agua y otros con té y
café.
—Siéntanse como en su
casa. Si gustan pueden ir a sus habitaciones para que puedan refrescarse y
descansar.
—Eso es una excelente
idea—comenté con un suspiro.
—Sirvientes, guíenlos a
sus habitaciones. Mamá, yo te llevaré a la tuya.
Los asistentes nos
guiaron a través de las escaleras hacia la planta alta de la casa. No habíamos
podido verla por fuera, pero su interior era colosal. Todo adentro era sumamente
elegante, muy parecido a mi casa en Extremadura. Como nota curiosa no me sentía
en un lugar extraño, en lugar de ello tenía una leve sensación familiar, como
si hubiera estado aquí antes y no pudiese recordarlo.
El sirviente me dejó
frente a mi habitación. La misma sensación de familiaridad me embargó. Giré la
perilla y entré encontrándome un amplio aposento no menos majestuoso que el
resto de la casa. Pude volver a ver la superficie de la tierra a través de la
ventana.
Me hallaba en un tercer
piso de una elegante villa en lo alto de una colina, que era más parecido a un
fuerte. Los alrededores estaban formados de vastos espacios, decorados por el
luminoso verdor de la vegetación del norte de áfrica.
Relajado con la visión,
me dispuse a tomar un baño de tina. Por
más increíble que parezca, al entrar a aquel lugar ahí estaba. Era como si lo
hubiese pedido y un genio del desierto me hubiese concedido el deseo.
Intentando cortar mi paranoia, me decidí a tomar aquel baño. Mientras me
sumergía en las frescas aguas, hacia un resumen en mi mente de todo lo que
había sucedido hasta ahora. Quien iba a pensar que en nuestra escapatoria
íbamos a ir a parar a la casa de la hija de la madame, misma que me resultaba
familiar en cada paso que daba. Si bien es cierto yo he estado en muchos
lugares del mundo y puedo recordarlos todos a la perfección. Estaba seguro que
si no podía recordar un lugar, es porque nunca había estado ahí.
Luego de refrescarme y
vestirme, decidí recostarme en la cama. Mientras observaba el techo hacia
recuento de mi resumen y sobretodo de aquel escalofriante sueño que había
tenido al quedarme dormido durante el viaje en la canasta. Si bien es cierto el
mundo no había sido de lo mas pacifico desde las guerras napoleónicas, pero el
contexto pintado para nosotros por Fei Tzung era algo que iba más allá de la
mente de cualquiera. Mis pensamientos fueron interrumpidos por unos sonoros
golpes a la puerta.
— ¿Quién es?—pregunté.
—Disculpe usted,
Duque—contestó el sirviente—. He venido a anunciarle que la Señorita Caterina
desea que le acompañe a la mesa para el almuerzo, mismo que se servirá puntual
a medio día.
Tomé mi reloj de
bolsillo y le abrí para consultar la hora, percatándome que eran las once con
cuarenta y cinco minutos.
—Está bien. Voy a
vestirme para la ocasión y saldré.
—Le estaré esperando
para guiarlo a la mesa.
Luego de unos minutos
salí de la habitación y me reuní con el mozo. El inicio la marcha caminando
unos pasos delante de mí, manteniendo un paso firme y coordinado por el
pasillo. Mientas íbamos yo observaba con detalle la estructura de la casa y las
cosas en su interior. Esa extraña sensación de familiaridad me embargó otra vez.
Por cada paso que daba, algo me decía de manera constante, necia; que yo ya
había estado aquí antes.
Luego de unos minutos,
para ser exactos siete antes de la hora acordada, llegamos al comedor. En medio
de la vasta habitación se encontraba una gran mesa rectangular, de unas
veinticuatro sillas. Allí ya estaban Lady Caterina, Madame Ivanna y Lady
Hikari, al igual que Fei Tzung. El sirviente me guió por el lado derecho de la
mesa hacia mi asiento, mismo que quedaba frente a Madame Ivanna y al lado de
Fei Tzung, a corta distancia de la cabecera, ocupada por Lady Caterina.
El reloj de cuerda de la
habitación llegó a su punto más alto y anunció el medio día con una campanada.
—Madre, Duque, Lady
Hikari, Srta. Tzung. Bienvenidos todos a mi mesa. Espero disfruten del almuerzo
que he hecho preparar para ustedes.
Dicho esto los
sirvientes destaparon las charolas, mostrándonos una serie de platillos dignos
de la mesa de una reina. Había ave, carne, diferentes tipos de sopa y caldos,
frutas, dátiles y postres.
En seguida los
sirvientes tomaron nuestros platos y nos sirvieron los alimentos. Cada uno
recibió algo diferente, más yo al poner la primera cucharada en mi boca fui
emboscado de manera más feroz que antes por aquella sensación de familiaridad.
Dicho platillo había sido probado por mí antes.
No sabía si era la sazón
o simplemente la textura, pero me trajo unos profundos recuerdos que yo creía
no poseer. Ahora si no podía decir que eran cosas mías. Frente a mi estaba la
prueba contundente de que yo, de alguna forma u otra, había estado aquí antes.
Levanté la mirada y noté
que Lady Caterina me observaba de reojo con su mirada felina, muy pícara. En
ese momento pasó por mi mente la posibilidad de que ella conocía a la
perfección como me estaba sintiendo, no por intuición; sino porque ella de
alguna manera había estado provocando que me sintiera de esa manera. A pesar de
sentirme expuesto, intenté seguir degustando los alimentos como si nada
estuviera pasando. Ella me observaba de forma ocasional, mientras conversaba
amena con su madre. Fei Tzung hablaba con Lady Hikari acerca de su extraordinario
talento con las máquinas y de cómo había tomado por sorpresa al piloto del
globo.
Luego de degustar la
entrada, el plato fuerte, la ensalada; las frutas y postre, a la una terminó el
almuerzo. Los sirvientes volvieron a cubrir las charolas y procedimos a
levantarnos de nuestros asientos. Antes de que yo pudiera ponerme en pie, Lady
Caterina puso su mano sobre la mía, llamando mi atención.
—Duque, deseo invitarle
a dar un paseo por los alrededores.
—Será todo un placer
acompañarle, Lady Caterina.
Ambos nos levantamos de
la mesa mientras los sirvientes apartaban las sillas. Fui hacia ella y le
ofrecí el brazo, mismo que ella entrelazó con el suyo.
—Guíe usted, milady—le
dije con una sonrisa.
Salimos caminando del
comedor hacia una de las puertas laterales del salón, misma que daba hacia el
corredor. Con su báculo en la mano, recorrimos el pasillo hacia las escaleras y
luego de bajarlas estuvimos en el vestíbulo de la casa. Caminamos recto hacia
las puertas y los sirvientes abrieron las mismas para nosotros.
Al salir me hallé frente
a un hermoso jardín adornado con flores, estatuas y una majestuosa fuente. La
brisa era suave y la luz del sol era refrescada por el correr de las aguas a
través de empedrados canales en el suelo.
—Debo decir que usted
posee una residencia muy hermosa—comenté mirando a los alrededores—. Este lugar
podría dejar verde de la envidia a cualquier familia adinerada de Europa. Debo
recalcar que este lugar es aun más hermoso, pero palidecería con severidad sin
su belleza en principal.
Ella rió con timidez
ante mis palabras.
—Gracias por el cumplido,
Duque… Aunque siento que exagera.
—Es usted muy modesta...
Eso la hace más bella y da más fundamentos a mis palabras.
—Ya que hablamos de este
lugar, quisiera preguntarle algo.
—Dígame usted.
— ¿No se siente
familiarizado con él? ¿Algo así como si ya hubiese estado aquí antes?
Al escucharle decir eso
detuve la marcha. En seguida le observé a los ojos.
—Es en particular
extraño para mí, pero así es. Me atrevo a decir con suma seguridad que recuerdo
cada lugar en el que he estado, pero hay algo aquí que me grita por todas
partes que estuve aquí, aunque mi sentido lógico y mis recuerdos afirmen lo
contrario. La habitación, el pasillo, la mesa y sobretodo el platillo de
entrada, todo me dice que antes estuve aquí, mas no puedo recordarlo.
Al escuchar mis palabras
ella se llevó la mano a la cara y comenzó a reír de forma tímida.
—Veo que mi idea ha
funcionado, hasta cierto punto. ¿En serio no puede recordar nada, Duque?
—Lamento decirlo si eso
va en contra de sus ideas, Lady Caterina, pero así es.
—No lo lamente ni se
mortifique mas pensándolo, Duque Bastian. Usted si estuvo aquí antes, o al
menos; en un espacio igual a este.
— ¿Esta hablándome en
serio?—pregunté muy intrigado.
—Muy en serio. Permítame
que le ilustre al respecto. Como se habrá enterado cuando llegó esta mañana, Madame
Ivanna es mi madre. Ella, su padre y mi padre eran amigos desde hace años.
Mucho de ese tiempo lo pasaron en una casa igual a esta, pero no aquí en
Tunizia, sino en la toscana italiana. Sus padres pasaron mucho tiempo allí,
cuando usted y yo éramos pequeños. Prácticamente nos criamos juntos, pero tuvimos
que separarnos cuando el rey de España nombró a su padre como Duque y le otorgó
el ducado allá, impidiéndole seguir con nosotros por tiempo prolongado debido a
sus obligaciones con la corona. Luego de eso mis padres se separaron y no volví
a saber de mi mamá, hasta ahora. Nuestra casa se quemó en un trágico y
misterioso incendio años después, al cual por fortuna sobrevivimos. Como
conmemoración a eso, mi padre decidió construir la casa igual hasta el más
mínimo detalle. Usted quizás nunca ha estado en Túnez, pero sí estuvo en esta
casa cuando existía en la toscana italiana.
Yo estaba impresionado.
Haber sido sorprendido de esta manera hacia que sintiera un poco de vergüenza
al ver la poca rentabilidad que tenía como persona astuta.
—Eso lo explica todo
entonces—dije acariciándome la barbilla—. Me apena no poder recordarlo de
manera tan vívida como lo hace usted, milady.
—No se sienta apenado,
Duque. Apenada si debo sentirme yo con lo que le diré a continuación.
— ¿En serio? ¿Qué va a
decirme?—pregunté con notable expectativa.
—Sus padres y los míos
fueron muy unidos, a tal grado que pensaron a futuro, ignorantes del destino
que les aguardaba. Ellos acordaron que cuando usted y yo tuviéramos la
suficiente edad, seriamos el puente por el cual ambas familias se
unirían—comentó ruborizándose—. Es decir, en pocas palabras… Usted y yo fuimos parte
de un arreglo matrimonial. Duque Bastian Mercado de Labarca, a pesar de la
vergüenza que me embarga al decírselo así… Yo… Soy su prometida.