miércoles, 20 de febrero de 2013

El Duque Pirata: Caterina de Tunisia II (Parte VII)




El Duque Pirata (Parte VII)
Caterina de Tunisia (Parte II)

 Antes de que pudiéramos hacer cualquier movimiento, una suave voz cortó la tensión del silencio que había en el ambiente.
—Bajen sus armas, caballeros. Están asustando a nuestros invitados…
Muy obedientes los hombres dejaron de apuntarnos, adoptando una posición de descanso y abriendo paso a la propietaria de aquella voz. Se trataba de una delicada y bella dama. Estaba ataviada con un detallado vestido color rojo, cubierto en su extensión por una serie de delicados encajes negros. Su oscura melena estaba recogida en una cola y su frente coronada por un corte recto de sus cabellos en una ordenada galluza. En lo alto de su cabeza traía un pequeño y delicado sombrero de copa, colocado de medio lado, decorado con pequeñas cadenas plateadas muy similares a las que colgaban de su cuello a modo de gargantilla. Entre sus manos llevaba un fino bastón negro coronado por una bola de cristal, en cuyo interior llevaba un dragón esculpido en jade. Su rostro era muy fino, formado por una nariz de delicado perfil, tiernos labios rojo pasión y rematado por unos bellos y cautivantes ojos negros, sobre los cuales traía unas gafas redondas de un suave color verde como las aguas del Caribe.
—Tan puntual como el Big Ben, Fei Tzung.
—Y tu tan resguardada como el sello imperial en la ciudad prohibida, Caterina Gatto - Cacciatore.
Escuchar tal nombre no me provocó reacción alguna, mas para Madame Ivanna fue totalmente lo contrario.
— ¿Caterina Gatto – Cacciatore? ¿Gattino?… ¿Eres tú?—preguntó con sobresalto.
La pitonisa salió delante de nosotros. Al verle, el semblante de seguridad y misticismo que había poseído desde que entró en escena en nuestras vidas se quebró, dejándonos ver la más pura de las naturalezas del ser humano.
— ¿Mamá?—preguntó la joven.
— ¡Gattino!—exclamó con emoción la pitonisa.
Ante nuestra profunda sorpresa, ambas corrieron una hacia la otra y se abrazaron con emoción. La propia Fei Tzung se notaba conmovida y sorprendida ante los hechos.
— ¿Madre, que haces aquí?
—Lo mismo te pregunto yo—dijo separándose del abrazo.
—Esta es la casa de papá. Aquí vivimos juntos desde hace mucho tiempo.
— ¿Dónde está el?
—No sé de él hace un mes—contestó con tristeza—. Un día salió de viaje a Colonia. Estando ya lejos me enviaba cartas puntuales todas las semanas, hasta que dejaron de llegar y no he vuelto a saber de él.
La pitonisa estaba con los ojos inundados en lágrimas. Yo lo ignoraba, pero ella no había visto a su hija en muchísimos años y no había tenido noticias ni de ella ni del padre en ese mismo tiempo.
—Ven, quiero presentarte a quienes me salvaron. Ella es Lady Hikari.
—Mucho gusto en conocerle, Lady Caterina.
—Él es Bastian Mercado, Duque de Labarca.
Ella me ofreció la mano, la cual tomé y me dispuse a besar. Mientras la acercaba a mi rostro pude apreciar las formas de un fino y prominente anillo en uno sus dedos. En el interior de la gema que lo coronaba estaba plasmado un logo que había visto con anterioridad y que había procurado jamás olvidar: dos llaves ajustables coronadas por un engranaje, la escuadra y la letra “M”. Ella contestó al saludo asintiendo con la cabeza.
—Es todo un placer conocerle, milady—comenté levantando la mirada.
—Igual que lo es para mí, apuesto Duque de Labarca... Bienvenido sea usted a mi casa, que también es su casa.
Esa última afirmación fue muy curiosa para mí, mas procuré no mostrar mi curiosidad al respecto.
—Por favor, subamos a la casa—agregó—. Imagino que han de estar cansados por el viaje. Dejen sus maletas con toda confianza, mis sirvientes se encargarán de dejarlas en sus respectivas habitaciones.
Ella levantó las manos y aplaudió dos veces. De la nada aparecieron cuatro sirvientes, quienes tomaron nuestro equipaje, llevándoselo por donde habían venido.
—Acompáñenme—dijo la joven iniciando la marcha.
Ella tomó a su madre del brazo y empezó a caminar con ella hacia una de las paredes. Acercó su bastón a una placa metálica dispuesta en la pared y el báculo se iluminó. La pared se abrió dándonos paso a un amplio cubículo de fina madera de la mitad para abajo y de suave terciopelo verde de la mitad para arriba, decorado con diseños de estilo árabe. El piso estaba cubierto por una elegante alfombra roja. Nos introducimos en la elegante habitación y las puertas se cerraron. Empezamos a ascender, mientras que la manecilla del reloj en lo alto de la puerta se movía de izquierda a derecha. De un momento a otro el movimiento se detuvo y una campañilla sonó. Las puertas se abrieron, dándonos paso a un amplio y majestuoso vestíbulo. El interior yacía decorado de alfombras y candelabros, todo de un puro estilo arabesco. En seguida unos sirvientes se acercaron a nosotros con bandejas en sus manos, pobladas con vasos de agua y otros con té y café.
—Siéntanse como en su casa. Si gustan pueden ir a sus habitaciones para que puedan refrescarse y descansar.
—Eso es una excelente idea—comenté con un suspiro.
—Sirvientes, guíenlos a sus habitaciones. Mamá, yo te llevaré a la tuya.
Los asistentes nos guiaron a través de las escaleras hacia la planta alta de la casa. No habíamos podido verla por fuera, pero su interior era colosal. Todo adentro era sumamente elegante, muy parecido a mi casa en Extremadura. Como nota curiosa no me sentía en un lugar extraño, en lugar de ello tenía una leve sensación familiar, como si hubiera estado aquí antes y no pudiese recordarlo.
El sirviente me dejó frente a mi habitación. La misma sensación de familiaridad me embargó. Giré la perilla y entré encontrándome un amplio aposento no menos majestuoso que el resto de la casa. Pude volver a ver la superficie de la tierra a través de la ventana.
Me hallaba en un tercer piso de una elegante villa en lo alto de una colina, que era más parecido a un fuerte. Los alrededores estaban formados de vastos espacios, decorados por el luminoso verdor de la vegetación del norte de áfrica.
Relajado con la visión, me dispuse a tomar un baño de tina.  Por más increíble que parezca, al entrar a aquel lugar ahí estaba. Era como si lo hubiese pedido y un genio del desierto me hubiese concedido el deseo. Intentando cortar mi paranoia, me decidí a tomar aquel baño. Mientras me sumergía en las frescas aguas, hacia un resumen en mi mente de todo lo que había sucedido hasta ahora. Quien iba a pensar que en nuestra escapatoria íbamos a ir a parar a la casa de la hija de la madame, misma que me resultaba familiar en cada paso que daba. Si bien es cierto yo he estado en muchos lugares del mundo y puedo recordarlos todos a la perfección. Estaba seguro que si no podía recordar un lugar, es porque nunca había estado ahí.
Luego de refrescarme y vestirme, decidí recostarme en la cama. Mientras observaba el techo hacia recuento de mi resumen y sobretodo de aquel escalofriante sueño que había tenido al quedarme dormido durante el viaje en la canasta. Si bien es cierto el mundo no había sido de lo mas pacifico desde las guerras napoleónicas, pero el contexto pintado para nosotros por Fei Tzung era algo que iba más allá de la mente de cualquiera. Mis pensamientos fueron interrumpidos por unos sonoros golpes a la puerta.
— ¿Quién es?—pregunté.
—Disculpe usted, Duque—contestó el sirviente—. He venido a anunciarle que la Señorita Caterina desea que le acompañe a la mesa para el almuerzo, mismo que se servirá puntual a medio día.
Tomé mi reloj de bolsillo y le abrí para consultar la hora, percatándome que eran las once con cuarenta y cinco minutos.
—Está bien. Voy a vestirme para la ocasión y saldré.
—Le estaré esperando para guiarlo a la mesa.
Luego de unos minutos salí de la habitación y me reuní con el mozo. El inicio la marcha caminando unos pasos delante de mí, manteniendo un paso firme y coordinado por el pasillo. Mientas íbamos yo observaba con detalle la estructura de la casa y las cosas en su interior. Esa extraña sensación de familiaridad me embargó otra vez. Por cada paso que daba, algo me decía de manera constante, necia; que yo ya había estado aquí antes.
Luego de unos minutos, para ser exactos siete antes de la hora acordada, llegamos al comedor. En medio de la vasta habitación se encontraba una gran mesa rectangular, de unas veinticuatro sillas. Allí ya estaban Lady Caterina, Madame Ivanna y Lady Hikari, al igual que Fei Tzung. El sirviente me guió por el lado derecho de la mesa hacia mi asiento, mismo que quedaba frente a Madame Ivanna y al lado de Fei Tzung, a corta distancia de la cabecera, ocupada por Lady Caterina.
El reloj de cuerda de la habitación llegó a su punto más alto y anunció el medio día con una campanada.
—Madre, Duque, Lady Hikari, Srta. Tzung. Bienvenidos todos a mi mesa. Espero disfruten del almuerzo que he hecho preparar para ustedes.
Dicho esto los sirvientes destaparon las charolas, mostrándonos una serie de platillos dignos de la mesa de una reina. Había ave, carne, diferentes tipos de sopa y caldos, frutas, dátiles y postres.
En seguida los sirvientes tomaron nuestros platos y nos sirvieron los alimentos. Cada uno recibió algo diferente, más yo al poner la primera cucharada en mi boca fui emboscado de manera más feroz que antes por aquella sensación de familiaridad. Dicho platillo había sido probado por mí antes.
No sabía si era la sazón o simplemente la textura, pero me trajo unos profundos recuerdos que yo creía no poseer. Ahora si no podía decir que eran cosas mías. Frente a mi estaba la prueba contundente de que yo, de alguna forma u otra, había estado aquí antes.
Levanté la mirada y noté que Lady Caterina me observaba de reojo con su mirada felina, muy pícara. En ese momento pasó por mi mente la posibilidad de que ella conocía a la perfección como me estaba sintiendo, no por intuición; sino porque ella de alguna manera había estado provocando que me sintiera de esa manera. A pesar de sentirme expuesto, intenté seguir degustando los alimentos como si nada estuviera pasando. Ella me observaba de forma ocasional, mientras conversaba amena con su madre. Fei Tzung hablaba con Lady Hikari acerca de su extraordinario talento con las máquinas y de cómo había tomado por sorpresa al piloto del globo. 
Luego de degustar la entrada, el plato fuerte, la ensalada; las frutas y postre, a la una terminó el almuerzo. Los sirvientes volvieron a cubrir las charolas y procedimos a levantarnos de nuestros asientos. Antes de que yo pudiera ponerme en pie, Lady Caterina puso su mano sobre la mía, llamando mi atención.
—Duque, deseo invitarle a dar un paseo por los alrededores.
—Será todo un placer acompañarle, Lady Caterina.
Ambos nos levantamos de la mesa mientras los sirvientes apartaban las sillas. Fui hacia ella y le ofrecí el brazo, mismo que ella entrelazó con el suyo.
—Guíe usted, milady—le dije con una sonrisa.
Salimos caminando del comedor hacia una de las puertas laterales del salón, misma que daba hacia el corredor. Con su báculo en la mano, recorrimos el pasillo hacia las escaleras y luego de bajarlas estuvimos en el vestíbulo de la casa. Caminamos recto hacia las puertas y los sirvientes abrieron las mismas para nosotros.
Al salir me hallé frente a un hermoso jardín adornado con flores, estatuas y una majestuosa fuente. La brisa era suave y la luz del sol era refrescada por el correr de las aguas a través de empedrados canales en el suelo.
—Debo decir que usted posee una residencia muy hermosa—comenté mirando a los alrededores—. Este lugar podría dejar verde de la envidia a cualquier familia adinerada de Europa. Debo recalcar que este lugar es aun más hermoso, pero palidecería con severidad sin su belleza en principal.
Ella rió con timidez ante mis palabras.
—Gracias por el cumplido, Duque… Aunque siento que exagera.
—Es usted muy modesta... Eso la hace más bella y da más fundamentos a mis palabras.
—Ya que hablamos de este lugar, quisiera preguntarle algo.
—Dígame usted.
— ¿No se siente familiarizado con él? ¿Algo así como si ya hubiese estado aquí antes?
Al escucharle decir eso detuve la marcha. En seguida le observé a los ojos.
—Es en particular extraño para mí, pero así es. Me atrevo a decir con suma seguridad que recuerdo cada lugar en el que he estado, pero hay algo aquí que me grita por todas partes que estuve aquí, aunque mi sentido lógico y mis recuerdos afirmen lo contrario. La habitación, el pasillo, la mesa y sobretodo el platillo de entrada, todo me dice que antes estuve aquí, mas no puedo recordarlo.
Al escuchar mis palabras ella se llevó la mano a la cara y comenzó a reír de forma tímida.
—Veo que mi idea ha funcionado, hasta cierto punto. ¿En serio no puede recordar nada, Duque?
—Lamento decirlo si eso va en contra de sus ideas, Lady Caterina, pero así es.
—No lo lamente ni se mortifique mas pensándolo, Duque Bastian. Usted si estuvo aquí antes, o al menos; en un espacio igual a este.
— ¿Esta hablándome en serio?—pregunté muy intrigado.
—Muy en serio. Permítame que le ilustre al respecto. Como se habrá enterado cuando llegó esta mañana, Madame Ivanna es mi madre. Ella, su padre y mi padre eran amigos desde hace años. Mucho de ese tiempo lo pasaron en una casa igual a esta, pero no aquí en Tunizia, sino en la toscana italiana. Sus padres pasaron mucho tiempo allí, cuando usted y yo éramos pequeños. Prácticamente nos criamos juntos, pero tuvimos que separarnos cuando el rey de España nombró a su padre como Duque y le otorgó el ducado allá, impidiéndole seguir con nosotros por tiempo prolongado debido a sus obligaciones con la corona. Luego de eso mis padres se separaron y no volví a saber de mi mamá, hasta ahora. Nuestra casa se quemó en un trágico y misterioso incendio años después, al cual por fortuna sobrevivimos. Como conmemoración a eso, mi padre decidió construir la casa igual hasta el más mínimo detalle. Usted quizás nunca ha estado en Túnez, pero sí estuvo en esta casa cuando existía en la toscana italiana.
Yo estaba impresionado. Haber sido sorprendido de esta manera hacia que sintiera un poco de vergüenza al ver la poca rentabilidad que tenía como persona astuta.
—Eso lo explica todo entonces—dije acariciándome la barbilla—. Me apena no poder recordarlo de manera tan vívida como lo hace usted, milady.
—No se sienta apenado, Duque. Apenada si debo sentirme yo con lo que le diré a continuación.
— ¿En serio? ¿Qué va a decirme?—pregunté con notable expectativa.
—Sus padres y los míos fueron muy unidos, a tal grado que pensaron a futuro, ignorantes del destino que les aguardaba. Ellos acordaron que cuando usted y yo tuviéramos la suficiente edad, seriamos el puente por el cual ambas familias se unirían—comentó ruborizándose—. Es decir, en pocas palabras… Usted y yo fuimos parte de un arreglo matrimonial. Duque Bastian Mercado de Labarca, a pesar de la vergüenza que me embarga al decírselo así… Yo… Soy su prometida.

 Continuara...

miércoles, 13 de febrero de 2013

El Duque Pirata: Caterina de Tunisia (Parte VI)



Buenos Días Tardes/Noches, Estimados lectores. Ya en el segundo mes del año tenemos el placer de continuar con nuestros emocionantes relatos, de la mano de nuestros talentosos escritores. Las aventuras del Duque de Labarca continúan y el misterio sobre la desaparición de su nave, el Reina Alicia, empieza a tomar caminos insospechados. Iniciando la temporada de relatos tenemos el honor de presentar a un nuevo personaje, mismo que formara parte muy importante en la vida del Duque Pirata de una forma completamente inesperada... Esperamos disfruten del relato.


El Duque Pirata (Parte VI)
Caterina de Tunisia

El pequeño globo avanzaba fugaz a través del cielo estrellado. Desde la altura y a pesar de la distancia, aun podíamos divisar la densa columna de humo que se elevaba desde lo que alguna vez fue aquella acogedora villa que nos albergó durante los últimos dos días. Una profunda nostalgia e incertidumbre se asomaba por los expresivos ojos de Madame Ivanna, en cuyas pupilas aun podía verse el fulgor rojo naranja de las llamas. Yo comprendía a la perfección como se sentía, ya que desde que desperté en aquel camarote era un estado emocional que solía embargarme de manera ocasional, solo cortado por la ira y la indignación que me causaba mi situación actual de noble fugitivo.
Karma; solía ser una palabra que rondaba mi mente dada la naturaleza poco honorable de la forma en que durante los últimos meses habíamos estado cazando y aniquilando a los piratas. Al igual que ellos, habíamos usado el engaño y la desigualdad táctica para atacar y despacharles. Tales movimientos podrían habernos convertido en seres tan sucios y retorcidos como ellos… No. En definitivo no podía aceptarlo. En este mundo los perros cazarán a otros perros y se los comerán para no ser comidos y yo estaba seguro de que no sería el que acabaría en el estomago de alguien más. A pesar de estar nuevamente al borde de lo desconocido, la constante brisa del destino nos estaba llevando sobre su nave en la dirección correcta, capitaneada ahora por la enigmática, exótica y esbelta figura oriental de Fei Tzung.
El viento sacudía suavemente su negra cabellera, misma que al ondear parecía fusionarse con la noche, solo siendo distinguible por el contorno de la luz de las estrellas. Un perenne semblante de seguridad acampaba en su rostro, que como si fuera una especie de narcótico entraba a nuestros cuerpos tranquilizándonos de una forma  extraña, muy parecida a la que podría darse al tomar un trago adulterado en un bar desconocido. Nos había salvado la vida, mas no significaba que debíamos confiar plenamente en ella.
El sirviente oriental manejaba el globo con una destreza única, manteniendo el artefacto en un curso constante y recto hacia la costa. Viéndonos en una situación de total desventaja, decidí cortar la aparente alegría del paseo y preguntar a nuestra anfitriona acerca de nuestro destino.
—Señorita. Tzung, Primero que nada; quiero agradecerle por habernos sacado de la situación tan calurosa en la que nos encontrábamos.
—No hay nada que agradecer, Duque. Fue un honor poder serle de ayuda a usted y a las damas que le acompañan—respondió con una sonrisa leve.
—Ahora espero que no se vaya a ofender por el modo en el que diré lo siguiente: quisiera saber cómo fue que nos encontró, nos rescató y no menos importante: ¿Por qué lo hizo?
—Pierda cuidado, Duque. No he de ofenderme porque supuse que en algún momento me haría ese tipo de preguntas. En vista de ello voy a contestarle… Tal vez no lo haya notado, pero mucha gente se enteró de lo que le sucedió a su nave, a su tripulación y sobre todo a su padre. Lo que si era un misterio era si usted había sobrevivido al asalto, pero muchos comentaron que les pareció haberlo visto en diversos lugares durante las últimas semanas, lo cual fue creándole una suerte de leyenda urbana. Muchos decían que es un fantasma; un alma en pena que ronda los puertos en busca de su nave perdida.
Lady Hikari y Madame Ivanna le miraban con mucha atención, mas yo le miraba con la expresión impaciente de que tal charla no estaba cubriendo mis dudas.
—Pero están los que creemos que vivimos en un mundo moderno, donde los fantasmas y almas en pena son cosas que no ocupan la mente de un científico serio, usted disculpe si sueno algo ruda; madame—dijo volteando a ver a la dama.
—Pierda cuidado, señorita.
—En vista de ello comenzamos a seguirle la pista y prestando mucha atención nos enteramos que la última vez que había sido visto había sido aquí, en Italia. También supimos de Madame DalFavro al introducirnos entre las filas de la gente que incendió la casa. En resumidas cuentas, lo hice porque sé donde está su nave y estoy con la gente que quiere que usted la recupere.
Podría pensarse que ante tal afirmación yo me mostraría escéptico, pero para mi propia sorpresa había sido todo lo contrario. Algo en su voz que decía que no estaba mintiéndome.
—Dígame, ¿Donde está el Reina Alicia?—pregunté con escepticismo.
—Está desde hace aproximadamente semana y media en el cuartel general de los Archi Mecánicos, en un apartado castillo en medio de los negros bosques del ducado de Mecklenburgo- Strelitz, en Prusia.
Al escuchar esto, Madame Ivanna tuvo un profundo presentimiento que la dejó sin aire. Lady Hikari reaccionó enseguida ante el tambaleo de la mística.
— ¿Está bien, Ivanna - Sama?—preguntó sosteniéndola.
—Si… No se preocupe milady… Estoy bien… Solo estoy un poco mareada.
Algo le habían susurrado los espíritus al oído sin necesidad usar las palabras, dándole a entender que algo le aguardaba en especial a ella. No podía saber de qué se trataba, pero un profundo sentimiento de inquietud, incertidumbre y espanto se había alojado en su interior.
—Perfecto…Puedo suponer que esto no lo hace por “mero altruismo”—dije cruzándome de brazos y mirándole.
—No le culpo por ser tan desconfiado—agregó mirándome sin mayor emoción—. La verdad las circunstancias no han sido las mejores para usted, así que no puedo pedirle que confié en mi. La facción de los Archi Mecánicos es un peligro para el mundo entero. Ellos han acumulado una enorme cantidad de conocimiento y desarrollo tecnológico, prácticamente están adelantados unos veinte años por delante de la nación mejor armada en la actualidad. Lo que vio hoy solo fue una minúscula parte de la “esquina de la pintura.” El cuadro completo es espeluznante. Ellos pretenden capturar y acaparar todo avance armamentístico posible con el plan de convertirse en la mayor potencia paramilitar de la historia. Siendo así, venderán armas al mejor postor y esta podrá someter a otras naciones sin resistencia alguna. Imagine un poco, Duque: una flota completa de “Reinas Alicia” sobrevolando los cielos y despedazando cual molino las indefensas y obsoletas flotas armadas actuales mientras siembran de bombas las ciudades debajo. Ejércitos de miles diezmados al no tener efecto posible con sus fusiles de unos cuantos tiros ante estos rifles de más de treinta disparos… Y eso que no he mencionado el sinnúmero de otros artefactos que tienen en ese castillo. Estoy muy segura que ninguna nación podrá resistírseles si de deciden a atacar a alguna en los próximos meses.
Oír tan parca descripción había hecho volar mi imaginación por instantes y me había hecho revolver la mirada en espanto.
—Comprendo su punto y estoy satisfecho con lo que me ha dicho—comenté relajando mi postura—. Ahora me gustaría que compartiera sus planes. Usted sabe la ubicación exacta y es la única que debe conocer como entrar.
—Primero que nada buscaremos refugio por unos días del otro lado del mediterráneo. Por la cara que vi que pusieron cuando vieron estas armas, se que lo primero que debo hacer es instruirles al respecto de lo que he visto en esos cuarteles, para que sepan cómo enfrentarlos y no sean presa de la sorpresa. Ellos no pelean con los métodos actuales. Las trincheras y las caballerías son cosas obsoletas y la honorabilidad del combate se transformó en eficiencia y letalidad de movimientos rápidos. Su idea básica es abatir a su enemigo antes de que siquiera piense en reaccionar.
En poco tiempo la tierra desapareció debajo de nuestros pies y el mar se convirtió en nuestro piso visible. El mediterráneo se expandió ante nuestros ojos, permitiéndonos ver la calma de sus aguas por el reflejo de la luna. Lady Hikari se había acurrucado en el regazo de Madame Ivanna, durmiendo plácidamente como tenia acostumbrado, mientras esta ultima permanecía pensativa sentada en el piso de la canasta. Yo observaba hacia el horizonte, sumergido en mis pensamientos habituales durante lo que mostraba ser una más de mis noches de insomnio. Miraba hacia la inmensidad del horizonte cuando de repente y sin desearlo, me encontré sumergido en aquel mundo que me había descrito tan fugazmente la misteriosa Fei Tzung.
En primera instancia pude ver a las copias del Reina Alicia navegando por el azul del cielo. En la tierra, las gentes observaban atónitas la mortal majestuosidad con que estas navegaban. Del otro lado del cielo venían naves de combate convencionales, dispuestas a enfrentarles. Al estar muy cerca, pude ver el terror que sentían los defensores al ver las poderosas ametralladoras Maxim asomadas en los flancos de las naves, que junto con los cañones y los morteros empezaban a soltar sus cargas acribillando y destruyendo los cascos y los puentes de  una forma tan abrumadora que terminaban uniendo los escombros con la carne y los huesos de sus desafortunados tripulantes, mismos que se desplomaban en uno solo hacia el suelo. Sin más obstáculos que eliminar, las naves avanzaban raudas hacia la ciudad. Libres de toda resistencia, una serie de escotillas se abrían de la parte baja de los cascos y una serie de pesados y contundentes proyectiles se desprendían como almendras desde la copa, impactando y sumergiendo en sendas llamaradas que se alzaban desintegrando todo a su paso. 
En la tierra, miles de soldados dispuestos en pelotones iban marchando con aquellas frenéticas armas entre sus manos y delante de ellos los lanzadores de fuego, dispuestos a apartar el camino. Lo que vi a continuación no sé cómo describirlo. Delante de estos últimos se movían lo que parecían ser enormes barcos terrestres, más parecidos a un casco sin velas con una suerte de torreta coronada por un cañón. Se arrastraban por la tierra con algo que aparentaban ser correas transportadoras en sus extremos, que los hacían avanzar sobre los agujeros de las bombas y los ardientes escombros de la ciudad recién arrasada por los navíos. Las golpeadas y sobrevivientes caballerías se lanzaban hacia ellos tocando sus trompetas y ondeando sus vistosas banderas, intentando mostrar que no estaban tan mal como la ciudad. Entonces una interminable ráfaga de balas y disparos de cañón era despedido de los costados y el frente de estas enormes bestias de metal, cayendo sobre ellos como una copiosa lluvia, haciéndolos desaparecer en medio de una nube de humo, polvo y gritos de dolor.
Tal visión me despertó muy sobresaltado en el piso de la canasta, donde me hallé sentado en una esquina. El cielo estaba tenuemente iluminado, destellando en un baño de naranjas y amarillos. Fei Tzung observaba hacia el horizonte a través de un áureo catalejo desde el borde de la canasta junto a Madame Ivanna. Al escuchar el traqueteo de mis huesos entumidos por la inusual posición en la que dormí no pudo ignorar más mi presencia.
—Buenos días, Duque Bastian.
—Buenos días, Señorita. Tzung… Buenos días, Madame Ivanna.
—Ha despertado justo a tiempo, Duque. Ya estamos por llegar a nuestro destino.
— ¿Nuestro destino?—pregunté intrigado mientras me puse de pie y me acerqué al borde de la canasta.
—Bienvenido a Tunisia, Duque—dijo la oriental mirándome.
La costa del país se fue dibujando ante mis ojos, contrastada por el azul del mar y el verdor de la tierra. A pesar de haber viajado por muchas partes del mundo, jamás había visitado Túnez. El viento seguía guiándonos con su característica constancia, mientras Lady Hikari se había hecho con astucia con los controles del globo. Ella lo manejaba con una mayor destreza que el oriental, quien observaba atónito como la chica había podido dominar tan rápido el control. Lo que a él  seguro le había tomado años dominar, ella lo había conseguido aprender en unas cuantas horas y solo mirando.
Abandonamos la costa y nos fuimos adentrando al territorio. Sobrevolamos con sigilo las ciudades, contemplando las intrincadas y pobladas calles, las majestuosas mezquitas y la sobria altura de sus minaretes, desde donde se entonan puntual la llamada a oración o adhan. Vastos campos de cultivo aparecieron en nuestro camino, irrigados por sinuosos canales de agua cristalina que reflejaban la potente luz del sol hacia nosotros.
Fei Tzung volteó y dictó unas instrucciones en su lengua al oriental. Este obedeció enseguida dándole con respeto a Lady Hikari las instrucciones recibidas. Muy concentrada, comenzó a tirar y a empujar una serie de palancas y cuerdas en un coordinado y ágil movimiento de manos. Fuimos descendiendo suave y de forma progresiva en medio de una arboleda de arboles de olivos y dátiles. Ya cerca del suelo, las bolsas de lastre bajaron haciendo contacto con el suelo. El sirviente bajó ágilmente de la canasta y aseguró el globo atando las sogas en unos arneses de metal incrustados en unas rocas, permitiéndonos descender.
—Bienvenidos a Túnez, damas y caballeros—agregó la dama oriental con una sonrisa—. Les agradecería tomar sus cosas y seguirnos, el refugio está muy cerca de aquí.
El sirviente tomó las maletas de Madame Ivanna y Lady Hikari, mientras yo tome la mía y amarré el bastón a mi espalda. Después de lo que había visto que era capaz de hacer, no me parecía correcto llevarlo por ahí como si fuera un mero artilugio de estética. Caminamos siguiendo a la beldad oriental por un amplio y limpio sendero a través de los arboles, mientras una suave briza mañanera sacudía las hojas. El camino estaba bien cuidado, mas no parecía que fuera un lugar de mas transito que el necesario. Por lo visto estábamos en una especie de plantación.
Luego de varios minutos de solo ver arboles y el azul del cielo, nos detuvimos. Fei Tzung observó durante unos minutos a los alrededores y luego nos miró.
—Síganme por aquí, por favor. 
Nos salimos del camino y nos metimos entre unos arbustos. Los atravesamos durante unos minutos y logramos llegar a un claro donde se hallaba una enorme roca rectangular, cuya parte trasera estaba incrustada en un pronunciado montículo de tierra y rocas. Palpó la parte que era visible hacia nosotros y con la palma de su mano derecha empujó un pequeño sector, mismo que se hundió suavemente. Hecho esto, en la roca se fue dibujando unos márgenes con suma rapidez hasta formar una puerta. A continuación esta se hundió y se replegó hacia la izquierda, dándonos paso hacia un oscuro sendero.
—Pasen adelante.
Muy obedientes accedimos a la gruta. Ella se quedó al último y tocó otro sector de la roca, indicándole a esta ahora que debía retraerse y volver a su estado original cerrándose tras nosotros. Luego de unírsenos en la marcha, nos fuimos introduciendo por el oscuro callejón, que a medida que avanzábamos se iba iluminando gracias a una serie de bombillas colocadas en la esquina donde se unía el techo y las paredes. Las mismas estaban  labradas en roca maciza y su altura era suficiente como para que pudiéramos caminar erguidos con suma holgura.
Momentos después llegamos al final del camino, mismo que era una pared maciza. Fei Tzung fue hacia ella y realizó un procedimiento similar al que había hecho del otro lado del túnel. Esta vez la puerta se hundió en el piso, dándonos pasó a lo que parecía ser un sótano, bastante similar al de la casa de Madame Ivanna. Una vez la puerta se cerró tras nosotros, las luces se encendieron dejándonos ver a un sorpresivo comité de bienvenida.
Frente a nosotros estaban alineados una serie de hombres armados con esos intimidantes fusiles de asalto, apuntándonos. Vestían de azul oscuro y negro, bien armados, muy similar a los asaltantes de la casa. Sus rostros estaban cubiertos por mascaras de cuero con respirador y sobre sus ojos llevaban unos llamativos googles de aviador con cristales color verde, a través del cual era poco distinguible las formas de sus ojos.
Nosotros estábamos sorprendidos y asustados ante la ineludible visión, a diferencia de Fei Tzung, quien permaneció en total calma a pesar de ser la única con la tecnología disponible para hacerles frente ante su superioridad numérica. Yo aguardaba con la mano cerca de mi pistola, esperando a ver qué sería lo que iba a suceder a continuación.

Continuará...