lunes, 20 de agosto de 2012

El Duque Pirata (Parte II: La Chica Genio)


Buenos Días/ Tardes/ Noches estimados Hermanos Steampunkers. Para esta nueva semana, Como es costumbre les tenemos un nuevo relato. De la mano de uno de nuestros talentosos escritores, J.M. Andrade, Les traigo la continuación de la historia de uno de los personajes que el mismo interpreta, Bastian Mercado Duque de Labarca, Quien luego de sobrevivir al secuestro de su Dirigible, el Reina Alicia, inició una carrera en aras de recuperar aquella magnifica nave, luego de que su vida fuese salvada por una bella y muy inteligente chica aventurera. Sin mas que decir, les dejo el relato que esperamos disfruten.

El Duque Pirata (Parte II)
La Chica Genio

El anciano se me acercó y haciendo caso omiso a lo que le decía procedió a revisar mis heridas. A parte de la bala que se había alojado en mi hombro, mi anatomía presentaba varios cortes y moretones producto de los vidrios y la estrepitosa caída que había tenido lugar desde aquella gran altura.
—Señor, por favor; ¿Podría decirme quien es usted y en donde estoy?—insistí.
Una suave voz, que obviamente no era la de aquel viejo, contestó a mi pregunta desde la puerta de la habitación.
—Tranquilo señor, está en un lugar seguro. Con amigos.
Observé hacia la puerta. Contrastando con la luz del sol que se reflejaba sobre el mar estaba un chico recostado al marco de la puerta.
— ¡Gracias a Dios! Por fin alguien que hable mi idioma—exclamé con alivio.
El viejo terminó de revisar mis heridas y luego se dirigió a la puerta, encontrándose con el chico. Este inclinó levemente la cabeza, al igual que el anciano.
Domo Arigatou Gozaimazu, Yamada- Sensei—dijo el joven con respeto.
El anciano se retiró y el chico ingresó a la habitación, acercándoseme. Usaba con una gorra ancha muy bien puesta sobre la cabeza y vestía una camisa blanca con las mangas recogidas a la altura de los codos. Tirantes negros sostenían unos pantalones largos y anchos color marrón que se introducían en unas gruesas y anchas botas negras. Ahora con la puerta cerrada pude percibir bien las facciones de su rostro. Sus ojos eran grandes y profundos, de un llamativo y enigmático color turquesa que resplandecía con el reflejo del mar. La estructura de su cara era muy fina, denotando cierto aire europeo que combinaba muy bien con su apariencia oriental.
A pesar de no estar en condiciones ni en el lugar adecuado de especular acerca sobre mi joven anfitrión se me hacía muy sospechosa su estampa, ya que sus rasgos eran muy delicados para ser un chico y en específico un pescador de por estas aguas.
— ¿Cómo se siente usted? Espero que este cómodo—preguntó el joven con visible interés.
—Estoy muy bien, gracias por su hospitalidad—respondí—. Ahora que he dado con alguien que habla el mismo idioma, ¿Podría usted resolver mis dudas sobre mi paradero?
—Por supuesto. Usted está en un bote de pesca, cerca de Okinawa.
—Okinawa…—susurré con desconcierto.
— ¿Puedo saber su nombre, señor?
—Por supuesto. Mi nombre es Bastian…
—Mucho gusto, Bastian - San. Mi nombre es Hikaru—interrumpió inclinando la cabeza.
— ¿Cuánto tiempo he estado aquí?—pregunté con preocupación.
—Lo hallamos en medio del mar hace tres días, flotando cerca de una multitud de escombros. Ha dormido desde entonces.
—Tres días… Escombros… ¿Por casualidad entre ellos hallaron un bastón?—pregunté preocupado.
—Sí. Usted lo traía tan aferrado a su mano que tuvimos serios problemas para quitárselo sin lastimarle los dedos.
— ¿Donde lo tienen?
—Ahí está, junto a su ropa. Sano y salvo—respondió señalando hacia una esquina del camarote.
—Gracias a Dios una vez más—dije con alivio.
En seguida me senté en la litera e intenté ponerme de pie. Al incorporarme, un fuerte y repentino mareo me hizo tambalear y mi visión se puso negra.
En seguida el chico trató de sostenerme y con un movimiento involuntario de mi mano tumbé su gorra, dejando salir de ella una larga y sedosa cabellera negra, lo cual me dejó asombrado, dando razón y distinto acierto a mis sospechas.
— ¡Oh no…!—exclamó.
A pesar del mareo, pude observar con lujo de detalles lo sucedido.
—Hikaru, ¿Cierto?—pregunté con ironía.
—Por favor termine de vestirse, Bastian - San. Le espero afuera.
Rápidamente el muchacho levantó la gorra del suelo y salió de la habitación cerrando la puerta. Bastante desconcertado, me puse la camisa y el chaleco que estaba a un costado de mi litera.
—Esto es increíble…—murmuré.
Al terminar de vestirme salí de la habitación, encontrándome con un resplandeciente mar azulado. En la borda, apoyado sobre la baranda estaba mi misteriosa anfitriona. Miraba hacia el horizonte con cierto semblante de vergüenza. Sin decir palabra alguna, me sitié a su lado.
—Antes de que diga cualquier cosa, Bastian - San, permítame explicarle—dijo sin voltear a verme y dejando de engrosar su voz.
—Adelante, le escucho—dije sin sobresalto ante el cambio.
—No me llamo simplemente “Hikaru”. En realidad mi nombre es Lady Hikari Elizabeth Chattoway – Crane.
—Mucho gusto, milady—dije con respeto—. Si se puede saber, ¿Que hace una señorita en un barco pesquero en medio del océano vestida como un muchacho?
—Mi padre fue un aristócrata inglés. Después de su partida, mi madre quedó considerándome su más valioso tesoro. No me permite hacer nada, es como si yo estuviera hecha de cristal. No quiero estar encerrada en cuatro paredes dentro de un ajustado vestido. Yo quiero conocer el mundo, descubrir misterios y sobretodo, ver de cerca las fabulosas máquinas.
— ¿Máquinas?—pregunté con curiosidad.
—Sí. Las adoro. No sé cómo, pero con solo mirarlas puedo intuir como funcionan. Este bote de Yamada - San es testigo de ello. Siempre vengo con él porque me permite capitanearlo.
—Es muy curioso todo lo que me dice.
—Y usted, Bastian - San… ¿Cómo es que fue a parar al medio del océano?—preguntó volteando a verme.
—Ya que estoy hablando con una señorita noble y me siento en confianza, he de presentarme como se debe. Mi nombre es Bastian Mercado, Duque de Labarca. Yo venía en una aeronave llamada Reina Alicia, un dirigible tipo galeón. Lamentablemente fue emboscado y robado por los piratas. De toda su tripulación, yo soy el único que pude escapar. En vista de esta situación quiero volver a casa lo antes posible para armar un equipo y empezar a buscarlo en aras de recuperarlo.
— ¿Cómo es el Reina Alicia?—preguntó ella con visible curiosidad.
—Para ser exactos es como una fortaleza voladora, llena de engranajes y palancas que accionan una serie de ametralladoras Maxim, cañones, lanzacohetes y otras sorpresas. Tiene una máquina diferencial única en su clase, ya que todos los mecanismos convergen en una sola llave.
—El bastón— afirmó.
— ¿Cómo lo adivinó?—pregunté asustado.
—No lo adiviné, lo intuí que es muy distinto. Se nota que no es un bastón cualquiera debido a la forma en que lo estaba protegiendo. El medidor que trae en el mango ha de ser el regulador principal de presión.
—Está en lo correcto. Estoy muy impresionado—dije mostrando mi profundo asombro en el rostro.
Una picaresca sonrisa se pintó en su rostro.
—Quiero acompañarle a buscarlo.
— ¿Qué?
—Quiero acompañarle a buscar su nave, el Reina Alicia.
—No creo que sea conveniente, milady. Es muy peligroso.
— ¡No me diga eso, Bastian - San! ¡Es preciso por eso por lo que quiero ir con usted!—reclamó
—Esto no es un juego. Hay gente muy peligrosa involucrada en esto—dije mirándole con seriedad.
— ¡No me interesa! Además, me lo debe. Yo le salvé la vida. Mire que no le he pedido nada a cambio… Mírelo como un favor por otro.
A pesar de su insistencia, yo no quería que se involucrara en esto. La miré con firmeza buscando disuadirla de su interés, pero fue inútil. Me miró con aquellos expresivos ojos turquesa de tal forma que me fue imposible reiterarle mi decisión.
—Bastian - SanOnegaishimasu…
Está bien, usted gana milady… le permitiré acompañarme.
— ¡Arigatou gozaimasu, Bastian - San!—exclamó emocionada.
—Quiero que le quede claro que viene bajo su propio riesgo. Espero no sea imprudente ni desobediente—reiteré mirándole con seriedad.
—Está muy claro, Bastian - San. Entonces, ¿Cuando partiríamos?
—La demora es que toquemos tierra. Vamos muy lejos, a España.
—Entonces volveremos mañana a primera hora. Antes de que nos vayamos sugiero que indaguemos a ver si se sabe algo de su nave en el puerto. 
La noche transcurrió tranquila. La luna se reflejaba en la inmensidad del océano, reflejando su luz en ella como si fuera un enorme cristal. Desde la borda del bote recordaba lo sucedido aquella noche cuadro por cuadro, como si volviera a estar ahí. A pesar de que sabía que algo así podía sucedernos, había algo en cómo se habían dado las cosas que no me dejaba aceptar que simplemente había sido una emboscada. Me decía que tras todo esto había un factor calculado, retorcido.
—Voy a llegar al meollo de este asunto.
Muy temprano el bote emprendió el viaje hacia tierra firme. A despertar, encontré al pie de mi litera unas piezas de ropa. Al terminar de ponérmelas vi que estaba vestido como si fuera un pescador, muy similar al vestuario que usaba mi anfitriona para su cubierta masculina.
Al salir de la habitación, me la topé en la borda.
—Buenos días, Bastian - San—saludó con una sonrisa.
—Buenos días, milady.
—Pronto llegaremos a la costa… Le queda muy bien ese atuendo de pescador.
— ¿En serio?—pregunté mirándome a mí mismo.
—Sí. Qué bueno que si parezca pescador, no como yo—comentó con desilusión—.Esta cobertura le servirá hasta que lleguemos a tierra firme y averigüemos un par de cosas. Luego buscaremos ropa más acorde a su clase, Bastian - San.
Horas de viaje después ante nuestros ojos apareció el puerto de Kyoto. En pleno desarrollo industrial, el enorme muelle se extendía mucho más allá de lo que podía verse con los ojos. Un sinnúmero de barcos de todos tamaños y formas abarrotaban la bahía. Sobre nuestras cabezas sobrevolaban gran número de aeronaves, buscando lugar para aparcar. Lady Hikari fue hacia la cabina y luego de hacer la acostumbrada reverencia a Yamada - San, tomó el control del bote, adentrándonos en la bahía.
Manejaba el pequeño bote a vapor con una destreza sin igual entre los colosales buques. Al adentrarse en los espacios entre ellos, pasaba a pocos centímetros de sus cascos sin temor alguno y con sus pequeñas manos siempre firmes en el timón mientras sonreía con la picardía de una niña pequeña en un parque de diversiones. Después de varios minutos de travesía en el laberinto de naves, llegamos hasta el malecón.
 Luego de asegurar el bote, Lady Hikari entró al camarote y trajo consigo una maleta de piel. Ambos nos despedimos de Yamada - San, dándole las gracias por todo.
Caminamos por el muelle hasta dejar atrás el malecón. Mientras lo hacía, observaba con detalle hacia las aeronaves. A la distancia pude distinguir una que llevaba una bandera de la naviera. Para mi fortuna fue poco el esfuerzo que requirió y pude reconocerla al instante.
—Milady, ya sé por donde debemos comenzar a investigar.
— ¿Hacia adonde?
—Ese dirigible de allá es el Anna Victoria, de la compañía de mi padre—respondí señalando hacia la embarcación—. A lo mejor ellos pueden informarnos de la situación.
—Espere, Bastian - San. No los aborde así nada más. Si conoce a alguien ahí y es de su confianza, hable con él en secreto. Yo investigaré por mi parte. Nos encontraremos en aquel callejón en unos minutos, ¿Le parece?
—Así será, milady.
Me puse bien la gorra y me dirigí por los callejones hacia el dirigible. Fui acercándome sigiloso, tratando de actuar como un transeúnte cualquiera. Observé por unos minutos y entre ellos reconocí al contramaestre del navío. Me oculté en un callejón cercano, observándole desde el borde de la esquina. Acababan de atar amarras en el puerto y luego de asegurar el buque se disponían a estirar las piernas. Para mi suerte, el contramaestre venia en dirección hacia el callejón donde yo estaba. En seguida se detuvo para encender un cigarro y ahí aproveche para agarrarlo y llevarlo por sorpresa hacia adentro del zaguán.
— ¡Pero qué demonios!—exclamó con sobresalto.
— ¡Tranquilo Iñigo! ¡Deja que te explique!—exclamé mirando hacia afuera del callejón.
Le solté enseguida. Este se posicionó de manera defensiva con los puños en alto por unos segundos, hasta que me observó bien y pudo reconocerme.
—Espera… ¿Duque Bastian?—preguntó mirándome con desconcierto.
—Si Iñigo, soy yo.
—Por todos los cielos, ¡Está con vida!—exclamó con emoción.
—Sí, ¡Pero baja la voz!
— ¿Qué ha pasado Duque? ¿Donde está su padre y el Reina Alicia? No hemos sabido de ustedes hace dos días. Ninguna nave de la flota ha tenido contacto.
—Iñigo, necesito tu ayuda. No voy a contarte los detalles de lo que ha sucedido porque prefiero que no lo sepas.
—Lo que usted necesite, Duque.
—Necesito ropa y dinero. Adicional a eso, debes hacer de cuenta que no me has visto y que no sabes nada de mí, ¿Comprendes?
—Pero, Duque…—dijo con desconcierto.
—Iñigo, no me has visto—afirmé con seriedad—. No sabes nada de mí. Cuando sea necesario, te contactaré. Ahora llévame al Anna Victoria.
—Sígame, por favor.
 En otro matiz de fortuna para mí, solía viajar con frecuencia en las naves y la última antes de embarcarme en el Reina Alicia había sido el Anna Victoria. Recordé que había dejado un par de trajes en mi camarote y  de ser posible, lo cual no estaba seguro; algo de dinero.
Iñigo me condujo con disimulo al interior del barco. Recorrimos el puente y llegamos hasta los camarotes.
—Haz guardia por mí—le ordené.
—A la orden, Duque.
Entré al camarote, encontrando todo tal cual lo había dejado hacia ya tres meses. Al revisar el armario, mi suerte no fue tanta como esperaba. No tenía mucho para escoger. Solo había dejado tres trajes, los cuales eran muy elegantes; bastante contrario a la ropa que necesitaba para llevar a cabo esta misión.
Luego de decidir con rapidez que usar, opté por un chaquetón azul imperial con botones dorados. Sobre la camisa blanca un chaleco de frente amarillo, el cual combiné con unos pantalones de color kaki con botas negras, las cuales aseguré con unas polainas de color gris, rematadas a los bordes con botones dorados similares a los del chaquetón. Sobre mi cabeza coloque el único sombrero que tenia disponible. Era de color blanco, adornado con una cinta negra. Revisando los cajones en busca de dinero, encontré algo que me llenó de alegría.
—Yo sabía que no los había perdido así nada más. Qué alegría encontrarlos.
Hacía semanas me había percatado que me hacían falta mis googles color café, que resultaban ser mis favoritos. Con tal de no olvidarlos, los coloqué sobre el sombrero. Continúe revisando los cajones en busca de dinero, pero en vez de eso hallé un estuche y dentro de este encontré unos lentes de sol redondos color azul, que había adquirido en mi último viaje a las islas británicas y que no había tenido la oportunidad de usar. Por último solo quedaba un cajón para revisar.
—Este debe ser el que me salve. Si no hay nada aquí, estoy perdido.
Respiré profundo y lo abrí con lentitud. Adentro había un pequeño cofre de madera. Volví a respirar profundo y le di apertura. Adentro estaba un reloj de bolsillo de plata. Al lado, gracias al destino; había un fajo de billetes y una bolsa llena de doblones de oro.
—Con esto debe ser suficiente para poder sobrevivir un par de semanas, lo suficiente para hallar al Reina Alicia.
Luego de este reconfortante hallazgo, terminé de anudar mi corbata y me coloqué el chaquetón. Guardé los demás trajes en una maleta junto a lo que había traído puesto y Salí. Iñigo, quien hizo guardia en mi puerta tal como se lo ordené, me escoltó hasta la salida como si fuese un pasajero mas, evitando así que me la tripulación se fijara en mi y que pudieran reconocerme. De vuelta en el callejón, agradecí al contramaestre por su ayuda.
—Gracias por la ayuda, Iñigo—le dije sujetándole la mano y dándole una propina.
—No hay nada que agradecer, Duque. No sé lo que esté sucediendo, pero espero que podamos volver a verle en casa.
—Sabrás de mí en cuanto se pueda. Pero por ahora, no me has visto—recalqué.
—Así será, Duque.
Desaparecí en el callejón. Me dirigí con rapidez hacia el punto donde había acordado encontrarme con Lady Hikari. Una vez allí, me tocó esperarla por unos instantes. Con mis guantes blancos en una mano y el bastón en la otra, aguardaba impaciente por ella. Fue entonces que volví a escuchar su suave voz.
—Bastian - San… ¿Es usted?
Al voltear, la visión me dejó mudo. Ante mis ojos estaba una bella y delicada damisela, vestida con un fino y elegante atuendo que consistía en una camisa de un brillante color ocre de cuello alto, sujetado por un bustier de correas frontales y laterales con líneas doradas de color café oscuro. Su falda, recogida al frente; era del mismo color, pero delineada por rayas horizontales y alargada en una cola en la parte de atrás. Usaba unas medias blancas que acababan a la altura de sus tobillos en unas finas botas negras con hebillas doradas. Traía el cabello recogido en un moño y sobre este un sombrero de copa negro con googles del mismo color. Sus brazos venían envueltos en guantes de encaje blanco, rematados en las manos con unos finos guantes de cuero. Tal atuendo la hacía lucir como una hermosa muñeca de porcelana.
En seguida me acerqué y besé su mano.
—Estoy lista para partir, Bastian - San. Esta muy elegante con ese atuendo, milord—dijo mirándome de pies a cabeza.
—No tanto como usted, milady. Esta bellísima.
— ¡Gracias por el cumplido!—exclamó sonrojándose un poco— En su ausencia, aparte de ir a cambiarme y prepararme para el viaje, recopilé algunos datos.
—Le escucho.
—En el puerto han escuchado muchos rumores sobre su embarcación. Varios navegantes han comentado que vieron a dos naves remolcando a una tercera hacia occidente. Algunos dicen que escucharon hablar a unos italianos acerca de una nave que era la responsable del exterminio de varias embarcaciones piratas y que ahora estaba en posesión de los Cavaldi. A parte de eso, no habían conseguido hacerla funcionar e impulsarse por sí misma porque su sistema es en nada parecido a algo que hayan visto jamás.
—Los Cavaldi, las pesadillas del adriático—dije torciendo mis guantes con desprecio—. Como que podríamos empezar la búsqueda en Italia.
Mientras tanto, en alguna parte sobre el océano índico; los citados piratas del asalto continuaban en una prolongada lucha que habían iniciado hacia ya una semana.
—Ya van una semana desde que capturamos esta nave. ¿Cómo es posible que aun no hayan podido echar a andar los motores?—pregunto el capitán con molestia.
—Es muy complicado—dijo uno de los mecánicos rascándose la cabeza—.Jamás habíamos visto un sistema como este. Todo está centralizado en una máquina diferencial que por lo visto es activada solo por una especie de llave maestra. Lo hemos intentado todo, desde vaciarle cera y hacer un molde hasta intentar forzar la maquinaria, pero todo ha sido inútil. No hay manera de hacer que se mueva.
— ¡Malditos Labarca! ¡Aún después de haberles quitado la nave saben cómo dañar el paseo! Será imposible hacer la entrega a este paso. ¡Vamos, sigan intentando hacerle andar! Al Ingeniero no le gustará esta tardanza—pensó.

Continuará...