sábado, 26 de septiembre de 2020

La Coalición Escarlata: Madame Hazel Hayes: Regenbogen (2da parte)


Buenos dias/tardes/noches, estimados lectores. Hemos estado subiendo contenido constante a nuestras plataformas y el querido blog no podía ser la excepción. Continuamos la historia de origen de madame Hazel, quien será muy importante en los acontecimientos futuros de nuestro universo. No dejen de visitar nuestro canal de YouTube, que aunque reciente, hay contenido muy interesante y valioso para ustedes.

Madame Hazel Hayes: Regenbogen
(2da parte)

  Se encontraban cada tarde en aquel café, puntuales a la misma hora. Con las semanas, ella poco a poco fue abriendo su corazón al caballero, quien la escuchaba con atención e intentaba hacer olvidar por un instante el sufrimiento que la agobiaba cada día ante la revelación de la madame, a quien no pudo volver a ver con la misma confianza.
  Sus sentimientos fueron aflorando y entre ellos nació un profundo amor. Moira pensó que su vida comenzaría a enrumbarse para bien, pero esto estaba lejos de ser el plan que el destino tenía para ella.
  Luego de terminar sus labores diarias se guarneció como de costumbre en su habitación. Precavida y temerosa, siempre le echaba llave a la puerta con la esperanza de que esto la protegería de cualquier incidente debido a que su recamara estaba en la zona donde se hallaban los cuartos de las cortesanas.

Los gemidos, gritos y demás ruidos bochornosos solían atravesar las indolentes paredes, pero luego de años de ser el sonido ambiente, ya sus oídos estaban acostumbrados y solía dormir plácida cada noche.   De lo que no tenía idea era que madame Milenov había decidido poner en marcha su plan para hacer de su bella asistente una más de sus chicas de alquiler.
 En su ausencia recibió varias visitas de caballeros que se pronunciaban interesados en la bella joven del servicio. Sobre ella llovieron ofertas con fuertes sumas de dinero, por lo cual organizó una subasta en la que el mejor postor tendría la oportunidad de ser el primero en pasar una noche con la prístina señorita.
 Sin mucho esfuerzo, la madame consiguió una copia de la llave de la habitación. Ella y el ganador esperaron a que la chica se confiara y se durmiera despreocupada en su cama. Aprovechando el ruido, la siniestra mujer guio al caballero ganador de la deleznable subasta hasta la puerta de la doncella.

  —Está es la habitación, lord Windthorpe—susurró.
—¿Está aquí adentro?—preguntó el hombre saboreándose ansioso.
—Así es. Ella fingirá estar dormida así que trate de seguirle el juego. Espero que disfrute de su premio…—agregó la mujer con una perversa sonrisa.

  El caballero, bastante maduro y de notable alcurnia, era un cliente frecuente de los burdeles de la ciudad siendo La Esfinge su favorito. Abrió la puerta con mucho cuidado y se adentró en la habitación. Mientras avanzaba se fue despojando de su ropa y como una decrepita serpiente de deslizó entre las sabanas de la inocente damisela durmiente.
  Empezó por besar su cuello y acariciarle el cuerpo. Mientras lo hacía Moira seguía dormida. Ella pensaba que se trataba de George en una especie de sueño vívido. Fue entonces que al escuchar la rasposa voz del viejo susurrando cosas indecorosas a su oído comprendió que algo estaba mal.
 Se despertó de forma abrupta encontrándose con que se hallaba entre los brazos de un hombre desconocido que la sujetaba con fuerza mientras le arrastraba la barba por su piel. En medio de gritos y forcejeos trató de quitárselo de encima, pero era muy fuerte para su edad. Ella trataba de escapar, pero la sujetó y tiró con mucha fuerza a la cama. Allí la abofeteó repetidas veces, aturdiéndola.
Sin más batalla que contestar abusó de ella como un salvaje. Mientras sentía los dolores que le producía la brusquedad del caballero quien la cabalgó como si se tratase de un animal, su mente pensaba en la felicidad que había experimentado junto a George. Una profunda tristeza se albergó en su alma, ya que su sueño de que aquel gentil caballero al cual amó de manera profunda desde la primera vez que se encontró con su tierna mirada hubiese sido el primero en su vida se vio truncado entre aquellas cuatro paredes.
 Aquel viejo degenerado sació su lasciva sed luego de unos minutos dejando a la damisela tirada en la cama cual trapo usado. Las lágrimas no paraban de brotar de sus ojos, mientras le veía vestirse y marcharse con total indulgencia.
 Madame Milenov se paró en el marco de la puerta, donde el caballero, satisfecho a su modo por el servicio, le entregó un fajo de billetes.
 Con un cigarro en la boca contó los billetes y separó una parte que se guardó en el escote. Se introdujo en la habitación y tiró la parte que había quedado en su mano sobre la cama lloviendo sobre la destrozada muchacha como las tristes hojas de los árboles en otoño.

—Esto es lo que te corresponde por tus servicios—dijo quitando el cigarro de sus labios— ¿Vez que no es tan difícil? Mira cuanto te has ganado por unos cuantos minutos... es mucho más de lo que en tres meses lavando sábanas.

Salió de la habitación sin mayor ceremonia. Moira lloró durante toda la noche, más las lágrimas no pudieron drenar la profunda pena que sentía.
Los días pasaron y George asistió puntual cada día a la cita en el café, pero su amada no llegaba ninguna de las veces por más que la esperaba. Día tras día aguardó, preocupado. Una semana después, armado de valor decidió ir en busca de ella al burdel. Observó durante días desde una apartada esquina esperando verle salir. Un día avistó a la damisela caminando por un callejón contiguo. Cruzó la calle con rapidez y se dirigió hacia allá. Como si fuera un gato caminó sin hacer ruido y sujetó a la chica por los hombros y la volteó hacia él.

—¡Suélteme! ¡Suélteme! ¡Suélteme o gritaré!—exclamó con sobresalto forcejeando sorprendida.
—¡Moira! ¡Soy yo, George! ¡Cálmate por favor!

Al escuchar su voz ella reaccionó deteniendo su lucha.

—¿Qué pasa, Moira? Te esperé todos los días en el café y nunca llegaste.

Bajó la mirada y encogió los hombros en silencio.

—No quiero verte más, George. Con esto doy por terminada nuestra relación… ahora vete.
—¿Qué? ¿Por qué dices eso?—preguntó consternado.

Dio media vuelta e intentó irse y él la sujetó de los hombros con firmeza.

—No, Moira. No me iré de aquí hasta que me des una explicación de verdad.
—No hay nada que explicar. Ya no te quiero—dijo con frialdad apartando la mirad
—¡Estás mintiendo!—afirmó mirándole a los ojos—Moira, dime la verdad.
—¿Quieres saber la verdad?—le preguntó con mirada fría—Yo no soy digna de ti.
—No entiendo.
—¡Me violaron, George! ¡Me violaron!—exclamó sollozando— ¡Han robado mi inocencia! ¡Ahora he de ser una prostituta porque ya no me queda nada!
—¡Eso no es cierto! ¡Aún me tienes a mí!—contestó con firmeza.
—¿Cómo podrías quererme así? No es justo. Tú te mereces una chica buena, inocente. No la hija de una p…
—¡Cállate! ¡No te atrevas a hablar así de ti misma, menos de tu madre!—increpó—Ella dio su vida por ti. Además, el único que debería pensar en que me merezco soy yo y eso eres tú.

Levantó el rostro de ella con suavidad dejándole ver sus tristes ojos hinchados de tanto llorar.

—No me importa lo que haya pasado—agregó—.Yo te amo y por eso he de contarte la verdad. Ven, vayamos a otro lugar.

Juntos caminaron por el callejón y salieron a una calle contigua dirigiéndose a un parque. Allí, en medio del bosque se sentaron bajo la copa de un frondoso árbol.

—He meditado mucho decirte esto porque no sé cómo lo vayas a tomar, pero creo que ahora es el momento indicado para decírtelo. Al saberlo podrás escuchar el plan que tengo para solventar tu situación.

Ella le observaba y escuchaba con atención en silencio.

—George Benson Cadwell no es mi nombre real. Tampoco me dedico a vender papel ni artículos de oficina. En realidad, me llamo Dietritch von Hammerstein. Soy un espía del reino de Prusia. Estoy aquí en una misión secreta que por razones obvias no puedo revelarte.

Ella observó al cielo por unos minutos en completo silencio. Luego le miró a los ojos con el ceño fruncido y una ironía que decía sin palabras que ya nada podía ser peor.

—Yo sabía que algo raro había en tu acento… ¿Vendedor de papel y artículos de oficina? ¿No se te pudo ocurrir una mejor profesión?
—Estoy desconcertado—dijo rascándose la cabeza—.Yo esperaba que me dijeras algo así como mentiroso…
—¡No cantes victoria tan rápido!—exclamó—Eres un mentiroso. Esto es justo lo que me faltaba… a ver, como te llames ¿Qué soy en tu vida? ¿Me estás utilizando para acercarte a alguien o para completar tu misión?—preguntó con indignación.
—¡No! Que tú y yo nos conociéramos no tenía nada que ver con mi misión. Yo solo caminaba por ahí cuando te vi lanzarte corriendo hacia la calle. No podía dejarte morir así y menos mal que no lo hice, porque eres el amor de mi vida.
—Y tú eres el mío—dijo ella suspirando—. No sabes cuánto me duele no haber sido tuya en mi primera vez. En lugar de eso solo serví para saciar las ganas de un viejo sucio y desgraciado… ¡Todo por culpa de esa maldita vieja!—increpó estrujando su falda entre sus dedos.
—Tranquila. Vamos a vengarnos de esa vieja zorra— dijo con determinación.
—¿Qué tienes en mente?

Sacó de su bolsillo un anillo. Este lucía como uno cualquiera, bastante barato y poco llamativo.

—¿Ves este anillo? Se ve muy corriente, ¿verdad?
—Bastante corriente—comentó mirándole por encima.
—Debajo de la piedra hay una pastilla de cianuro. Nos los dan para que en caso de ser capturados nos suicidemos y así no revelemos para quien trabajamos. Cuando nos conocimos, tú me contaste que cocinas para ella. Es simple, ponlo en su comida. Morirá en unos segundos y nadie sospechará lo que pasó.

Ella miraba hacia el cielo. Entonces por su mente cruzó una idea inesperada.

—Con matarla no bastará—murmuró.
—¿Qué quieres decir con eso?
—No quiero asesinarla y ya. Si lo hago, otra ocupará su lugar y ese sitio seguirá siendo la misma miseria.
—¿Qué tienes en mente?—preguntó intrigado.
—Lo quiero todo—afirmó—. Quiero quedarme con La Esfinge. Quiero ser la dueña legal de ese lugar. Si es verdad que eres un espía, sé que tú eres el más indicado para ayudarme.
—Muy bien, te diré lo que harás— dijo con una sonrisa.

Como si fuese un locutor de radio dictando un programa de cocina, Moira le escuchó en su mente mientas seguía paso a paso cada punto que le explicó.

—“Aprovecha el momento de la limpieza y hurga entre los documentos de la oficina de la madame. Halla el título de propiedad del burdel. Consigue también la firma de ella y un documento escrito a mano. Ocúltalos y tráemelos”.

 Puntual en la cita entregó los documentos a su amado. Él era experto, entre varias cosas; en grafología. Usando sus habilidades logró copiar a la perfección a partir de estos un poder que le permitiría hacerse con el local a modo de herencia en caso tal de que la vieja falleciera de forma repentina.

—Listo—dijo devolviéndole los documentos—. Debes volver a ponerlos en el despacho para que así los abogados los encuentren y dictaminen su autenticidad por el hecho de que estaban ahí. Por mi parte yo despacharé a todo aquel que pueda representar un estorbo para nuestro plan.
—Esto me da mucho miedo, Dietrich—comentó con voz temblorosa.
—Ya todo está listo. No tienes nada que temer… ya es hora de llevarle la cena a tu jefa—agregó mirando su reloj de pulso.

 Esta vez preparó el platillo favorito de la madame, el Borcht. Este plato consistía en una sopa de verduras que incluía raíces de remolacha, que le daban su toque rojizo característico. Mientras se cocinaba el platillo recordaba las indicaciones para esta parte del plan.

—“Recuerda. Debes buscar la manera de que ingiera el veneno al momento. No se lo eches en la comida y ya, porque morirá al instante echando espuma por la boca, convulsionando y se podrá levantar sospechas. Debe parecer que murió de forma natural”.

Fue entonces que recordó el viejo hábito de la madame: el salero. A pesar de que siempre la comida tenía un buen punto de sal, ella acostumbraba echarle un poco más, por tanto, siempre tenía un salero a la mano. Molió la venenosa pastilla con cuidado, mezclando el polvo con la sal. Mientras caminaba por el pasillo trataba de mantenerse en calma, pero esto le resultaba difícil. Estaba aterrada. No podía creer que estaba haciendo esto, aunque estuviera convencida de que la vieja puta se lo merecía. Luchaba contra los nervios y la ansiedad intentando seguir con el plan.

—Ya he llegado hasta aquí. No puedo echarme para atrás—susurró.
—¡Moira! ¡Cuando vas a traer mi comida! ¡Muévete niña!—increpó con impaciencia.
—Ya voy, madame… maldita vieja…—murmuró entre dientes.
—¿Qué dijiste?
—Que espero que le guste la comida.
—¿Trajiste mi salero?
—Por supuesto, madame. Está justo frente al plato.
—¿Dónde?

 En su nerviosismo lo había colocado por error en el lado ciego de la matrona. En un movimiento brusco derramó la sal sobre la mesa. Moira vio con tristeza como se escapaba el plan. Como es la vieja costumbre, la madame tomó un poco entre sus dedos y la lanzó sobre su hombro izquierdo. Hecho el ritual, comenzó a comer. Luego de tres cucharadas, sintió que le hacía falta algo. Teniendo los dedos aun salpicados de sal, los metió en la sopa y luego se los llevó a la boca. Siguió comiendo y saboreando el platillo hasta que acabó con el contenido del mismo.

 Al sumergir por última vez la cuchara en el plato, la infame anciana se desplomó como si fuera de trapo quedando con la cara metida en el plato ante la sorpresa de la moza, quien no daba crédito y no podía entender lo que había sucedido. Se acercó y le tocó el cuello, notando que no tenía pulso y que tampoco seguía respirando. Por más increíble que pareciera el plan había funcionado.
Cuando derramó la sal sumergió sus dedos en el área donde había más veneno, ya que en su nerviosismo lo colocó puro en el fondo del salero. Al derramarlo, esa parte quedó en la superficie que la mujer tomó, lanzó sobre su hombro y luego sumergió en la sopa.
Los doctores llegaron al lugar, dictaminando que madame Milenov murió de un paro cardio respiratorio. Como se trataba de una mujer sin familia ni descendientes conocidos, se buscó entonces quien sería la propietaria designada del antro, hallando en el despacho el poder que decía, a puño y letra, que Moira Sinead Hayes, la asistente de la matrona; era la heredera y nueva propietaria.

 Algunos meses después, acostados en la gran cama que alguna vez perteneció a la madame, Moira y Dietritch comentaban recordando el éxito del plan.

—Pensé que fallaría. Estaba muy asustada—dijo suspirando.
—Me imagino. Mi primera vez no fue fácil tampoco. Mucho menos la segunda, la tercera ni la cuarta.
—¿Has matado mucha gente?—preguntó mirándole al rostro.
—Tantos que he perdido la cuenta—contestó con desgano.

 Dietritch se levantó de la cama y procedió a vestirse mientras ella acurrucó su tierna desnudez entre las sabanas.

—Ya tienes que irte—afirmó con tristeza.
—Así es, mi amor. Tengo una misión en…
—Un lugar que no puedes decirme porque es secreto, lo sé—interrumpió—¿Vas a volver?
—Volveré, pero no me iré del todo. Mi alma y mi corazón siempre estarán contigo. Por cierto, ya que eres la nueva dueña de este lugar; ¿Cómo vas a llamarte?
—¿Llamarme? Como siempre, Moira Sinead Hayes—respondió con una sonrisa inocente.
—No, mi amor—afirmó con los brazos cruzados luego de ponerse los pantalones—.Si vas a ser la dueña de este lugar, necesitarás un nombre de pila.

La observó a los ojos por unos segundos en silencio mientras acariciaba su barbilla.

Nunca te lo había dicho, pero amo el color de tus ojos… ¡Ahí esta!—exclamó extendiendo los brazos—Qué te parece, madame Hazel.

—¡Me encanta!—exclamó llevándose la mano derecha a la barbilla—Así me llamaré entonces. Madame Hazel.

 Aquella fría mañana de invierno Dietritch partió hacia Moldavia. Un mes después de estar en misión fue capturado por contrarios rusos y llevado a Sevastopol donde fue juzgado, condenado y enviado a la fría Siberia, en donde se esperaba no volverse a saber de él.
 Moira Sinead Hayes, ahora convertida en madame Hazel; le esperó, aguardando en sus pardos ojos la esperanza de verle entrar alguna mañana por la puerta de su habitación. Aquella dulce esperanza jamás murió, ignorante del destino que tuvo su amado en las frías estepas del este. Con la esperanza de encontrarle con vida se puso en contacto con viejos amigos de Dietritch.
 Mientras esperaba algún informe de su paradero empezó sirviendo de contacto para numerosas redes de espionaje europeas.
 Dada su experiencia de vida en su nueva propiedad comenzó a recoger chicas de la calle dándoles albergue y trabajo como bailarinas, acompañantes y cortesanas, esto último solo si las chicas así lo deseaban. Las entrenó con la ayuda de los amigos de su amado, convirtiéndolas en eficientes y seductoras espías cuyos nombres reales eran disfrazados bajo seudónimos de colores, capaces de sacar toda la información necesaria y esta vendida al mejor postor.
 La Esfinge se convirtió en un lujoso, costoso y exclusivo club de entretenimiento nocturno, donde la fantasía y el burlesque eran la vida de cada noche en aquella fría ciudad bajo cuyas luces, champaña y canciones operaba la más letal y eficiente red de espionaje del mundo: Regenbogen. Solía recordar con ternura una de las tantas citas que tuvo con su amado Dietritch mientras planeaban el asesinato de la madame. Uno de esos días había comenzado a llover con fuerza y el pertinaz temporal los había atrapado en una parada del tren.

—¿Cuantos idiomas hablas?—preguntó con curiosidad.
—Varios, pero mi favorito sigue siendo el de mi tierra, el alemán—afirmó con una sonrisa.
—Dime algo en alemán entonces.
—Está bien. Ahí te va: “Deine Augen sehen ist wie sehen den Himmel nach einem Regenschauer, sind immer voller Farbe, wie ein Regenbogen.”
—¿Qué significa eso?—preguntó desconcertada.
—Te lo dejaré de tarea—contestó sonriendo.
—¡No! Dietrich!—exclamó sujetándolo con fuerza de un brazo—¡Dime qué fue lo que me dijiste!
—Jajajaja ¡No te lo diré!

Sus pardos ojos se aguaban cada vez que recordaba ese momento y una tierna sonrisa se posaba en sus labios.
—Regenbogen…die nie vergessen—susurró. 

Continuará...